Buena Gente (y VI): Y retornaron a su Bierzo | ||
Por Felipe Martínez Álvarez. | ||
Actualizado el 24/03/2009 a las 19:46(CET) | ||
Así como nuestras creencias o certidumbres se desgastan y con el tiempo entran en crisis, dejándonos literalmente colgados del futuro, otro tanto de lo mismo nos ocurre con nuestras situaciones socio-económicas. No tenemos, de una vez por todas, la adaptación: necesitamos navegar contra corriente, pelearnos con todo y traducirlo a nosotros. Somos, más bien, multibios, por lo que la gran epopeya de la historia es la inteligencia-liberación de los estímulos, posible por esas 19.000 lenguas que nos hacen responsables de nosotros mismos y no sólo sujetos respondientes, por eso hablamos en futuro y condicional, llegamos a ver lo invisible y educamos la mano en toda suerte de versatilidades. Lo que pensamos sobre la inteligencia es lo que pensamos sobre nosotros mismos, sobre lo que somos, negocio que no puede sernos indiferente. La ausencia de proyectos es, posiblemente, lo que vuelve al mundo insípido, aburrido y pobre, cual ocurre con los animales que, cuando no tienen estímulos, se adormecen. Aquello de “intellectus apretatus discurrit qui rabiat” parece ser más fuerte que la selección natural, hasta el punto de pretender comer y beber sin tener hambre o sed, pues los avances de la razón y la libertad producen, también, avances económicos. Conviene ser autor de la propia biografía y no perderse en la indolencia satisfecha ,si bien es verdad que toda orientación es libre y no es la lógica la que tiene la última palabra. Pero, también, es verdad que con la libertad la vida se hace más complicada, pues son muchas más las cosas que reclaman nuestra atención. No resulta fácil olvidar aquellas magníficas epopeyas de nuestros antepasados hacia las Américas (1900-1930), a aquellas gentes intrépidas y arriesgadas, porque fue difícil acomodarse a la vida de aquellas inmensas urbes, de vida tan heterogénea y, frecuentemente, hostiles para el campesino u obrero recién llegados de pequeños lugares o villas, que habían dejado el alma partida, y a” las mujeres y la rapacería” (Concha Espina) como habitantes de algunas aldeas. “La provincia (León) vivía en el campo y malvivía del arado, el ganado y los oficios manuales, caminaba sobre madreñas durante largos meses de invierno y se abrigaba con paños de lana y mantas”. La pobreza y miseria eran lo normal para obreros y campesinos víctimas de tantas cosas. ”Pero buscar mi provecho es colaborar de la mejor manera posible al provecho de toda la especie humana” (A. Smith).
Ramón Riesco Courel, el “Brujo”. Pasando el Puente Boeza hacia Ponferrada, no es infrecuente percibir la presencia de un hombre escaso de carnes, ya entrado en años, sentado o apoyado en el pretil de la margen derecha del puente. Es, aparentemente, una persona introvertida, pero si te acercas e inicias la hebra de la conversación, te encontrarás con una persona afable, de conversación pausada y amena. A veces puede parecer un tanto distante, pero esto tiene su explicación. El Sr. Riesco, hombre de convicciones republicanas y afines a Izquierda Republicana, había sido elegido Concejal del Ayto. de Ponferrada en las elecciones municipales del 14 de Abril de 1931, en la lista de su amigo y luego Alcalde, D. Francisco Puente Falagán. La convulsa España de 1936 estuvo a punto de jugarle una terrible pasada. Un amigo, Brigada de la Guardia Civil, le reconoció y consiguió rescatarle ya con el pie en el estribo. Este grave acontecimiento le dejó una profunda cicatriz de amargura que ya no le abandonaría, a la vez que le haría cambiar algunas de sus convicciones idealistas. El apodo el Brujo, del Sr. Ramón, no era un mote particular, sino que venía a ser una especie de cognomen familiar proveniente, posiblemente, de los saberes sanitarios de su abuela, nacida y criada en la ponferradina calle Comendador del barrio de San Andrés. Ramón, zapatero de oficio como su padre -hasta sus últimos años confeccionó su propio calzado- hubo de incorporarse a filas en aquella confusa guerra de la Independencia de Cuba. Regresa a España al término de la guerra. Poco después, emigra hacia Argentina, pero la vida en Argentina no le satisface y de aquí emigra a los EE.UU. Trabaja en Nueva York en distintas industrias, posiblemente, manufacturas de calzado. Después de unos años, adquiere la ”Carta de Ciudadano de Nueva York” cuyo documento/diploma conservó siempre con especial cariño y cuidado. La vida en la gran urbe no se avenía muy bien con su idiosincrasia de campesino. Entiende que las grandes aglomeraciones urbanas deshumanizan al hombre, destruyen la familia y son fuente de innumerables psicopatologías, convirtiéndose, con el tiempo, en tiranópolis y, posteriormente, en necrópolis. Deja la ciudad de Nueva York e inicia la aventura de la marina mercante bajo pabellón norteamericano. El nuevo oficio le llevó a conocer e interesarse, en especial, por China e India, así como por los demás países asiáticos del Pacífico e Índico, pues de todo viaje podemos aprender cosas importantes para la vida, siempre que tengamos la mente abierta y un firme propósito de búsqueda. Terminada su estancia en la marina, y con sus buenos ahorros en dólares-oro, retorna a su Bierzo. Aquí alterna su trabajo en el campo con la lectura, el estudio y la conversación amigable. Su biblioteca la integran obras de Geografía, Historia, Sociología, Derecho, Astronomía y Biología. Su formación y experiencia adquiridas en la universidad de la vida, su buen y discreto juicio, mesura y sentido práctico, le confieren un rango de consideración y respetabilidad entre los lugareños, convecinos y conocidos de quienes es obligado consejero. Anselmo, su cuñado, suele desplazarse los domingos hasta el mercado de la Villa y departe unos buenos ratos con Ramón. La pregunta inevitable es la diabetes de Virginia, su hermana. Posteriormente recuerdan aquellas odiseas de subir hasta Villablino con la pareja de bueyes para luego transportar hasta Ponferrada una tonelada de carbón. Dos días para ir y otros dos para volver. Pero 100 Pts. eran pesetas, independientemente de todos los sinsabores causados por los carreteros profesionales que, con sus rápidas mulas y rodadas del camino, lo dificultaban todo. Los días que durmieron con la pareja en aquellas cuadras sin paja y sin pesebres. Rememoran aquel día en que una rueda se desprendió del buge y tuvieron que subirla por una enorme pendiente de 300 metros, ante la risa y el desprecio de los carreteros de oficio. Anselmo comenta a Ramón lo que hace unos días le sucedió con el Sobrestante de la Minero. Se dirigió hasta su despacho con su hijo, un mozalbete de 12 años, y un garrafón de vino como obsequio, a fin de que lo colocase en la empresa minera, pues cualquier ingreso era necesario. El Sobrestante le dijo que lo mejor que podía hacer era llevar al adolescente al Colegio, donde debía estar, y que podía retirar, también, el garrafón. Ramón le manifiesta que el Sobrestante tiene razón y que continúa siendo verdad aquello de Escuela y despensa, de aquel aragonés regeneracionista, D .Joaquín Costa. Aprovecha Ramón para manifestarle los recorderis que todos los días le suelta D .Andresín, el Médico, a las lecheras y a todos lo vecinos del pueblo, por no hacerle el mínimo caso en aquello de retirar el establo de debajo de la vivienda y, lo que es peor, dejar el estiércol durante días delante de la casa. El Sr. Ramón es una persona activa y práctica, muy sobria en la bebida y alimentación, siente especial aversión y disgusto por la envidia, la pereza -porque nada se consigue sin esfuerzo- y la embriaguez, endémicos males de buena parte de los bercianos y de resultados nefastos que dificultan las iniciativas más valiosas. Parece ser que fue él quien, por vez primera, introdujo los bueyes en el laboreo del viñedo berciano -con anterioridad se cavaban- con el consiguiente escándalo de convecinos: ” ¡Se pondrán en peligro las raíces ,romperán los pulgares y las yemas de las vides!”. Pretendió y consiguió aumentar las fuentes públicas de su pueblo, si bien no fue posible su pretensión de llevar el agua potable a los domicilios. Para poder regar su formidable finca del Puente Boeza, además de otros ingenios, adquiere un motor eléctrico, el primero en El Bierzo, pagando de su bolsillo el tendido eléctrico desde la fábrica de la luz hasta la finca. El Sr. Ramón era un librepensador, heredero de la Enciclopedia y la Ilustración (la Declaración de Independencia de EE.UU. y la Declaración de derechos del hombre y ciudadano de la Asamblea Nacional Francesa eran sus referentes). Entiende que la mente humana tiene un objetivo claro: mantener al individuo vivo en una relación adecuada con el medio y esto no resulta inteligible al margen de la historia evolutiva de la misma. Cierto que la técnica, la razón, el derecho y la democracia pueden solucionar muchos de los problemas, pero también es menester mirar hacia dentro -si no se quiere comulgar con ruedas de molino-, hacia aquellas cosas que son siempre problemáticas que, a veces, parecen muy claras y otras veces son muy confusas, que estamos obligados a elegir y nadie nos puede garantizar que lo hagamos con acierto. Esto explica el porqué, de vez en cuando, asista a la homilía de la Parroquia, no por motivos religiosos sino estrictamente intelectuales. El Sr. Ramón es un escéptico, esto es, tiene necesidad y obligación de preguntar y no se asusta de las contradicciones, pues ningún ser en la naturaleza, con excepción del hombre, se pregunta qué es ni pretende saberlo. Necesita el hombre desprenderse de la pura animalidad, esa es su condición. ”La verdad es la verdad, dígalo Agamenón o su Porquero.
José Fernández Álvarez. A José no le resultó fácil, a pesar de sus 18 años(1918), superar el desgarro que supone arrancarse al terruño berciano, romper con toda una suerte de afectos, abandonar las viejas certidumbres, las formas respetuosas y convencionales y trasplantarse a un país nuevo como EE.UU., grande, rico, en expansión, a una sociedad urbana y hostil en la que contará como un número. Una sociedad en la que “al obrero no se le paga por pensar”, y en la que la empresa capitalista se rige por la ley del beneficio, rendimiento y eficacia. José trata de informarse sobre el país de acogida. Para ello se dirige a la oficina de emigración que tiene en Ponferrada el Sr. Agapito de la Mata, y anota que en EE.UU., año de 1910, se editaban 2.400 periódicos con una tirada diaria de 24 millones de ejemplares, así como un considerable número de semanarios y publicaciones especializadas(humor, deporte, moda…), que el número de teléfonos de Nueva York es de 105.000, que el tonelaje de la marina mercante supera a la europea, que son 390.000 los km. de vías férreas… y la considerable cantidad de rascacielos. Pero nuestro protagonista no se desmaya, tiene conciencia de que EE.UU. le puede ofrecer unas oportunidades socioeconómicas que su país le niega. Piensa bien de sí mismo y confía ser capaz de enfrentarse a nuevas situaciones, pues eso es la juventud: inicio de ruptura y estar marcado por ella. Buscarse la vida no es asunto fácil, pero tampoco resulta ser cosa aburrida. Comparando los dos proyectos de vida, piensa que hay cierta dosis de verdad en aquello que dicen los urbanitas y señoritos: ” La vida rural envilece, embrutece y envejece”. La suerte está echada a favor del mundo industrial, pues procede ser autor de la propia biografía y no quedarse en la indolencia satisfecha. La inteligencia que es creadora de riqueza, también es fuente de libertad y justicia que siempre han sido más productivas que la esclavitud e indolencia. Nueva York (año de 1920, cuenta con 5.600.000 hab.) y luego Chicago (año de 1920, 1. 701.705 hab.) como espacios de trabajo, no resultan ser, precisamente, ámbitos de comodidad por su variada problemática multicultural, racial e interétnica (174.000 inmigrantes españoles desde 1900 a 1920 en toda U.S.A.), inmigrantes italianos (1910-1914, unos 5.000.000), irlandeses, alemanes, checos, judíos, polacos, franceses. Es un ámbito de conflictos laborales y demandas sociales (polacos ”rompe huelgas” y mexicanos “esquiroles” contratados por el capital), violencia, crimen, carencia de servicios, rentas abusivas, insalubridad. Todo un mundo de “islas culturales”. Chicago, año de 1920, recibirá el nombre de “sede del crimen organizado”. La adaptación humana requiere siempre, y en todo caso, la comunicación, y si José no domina el inglés, francés y hasta italiano, es decir, si no puede hablar a un hombre, no hablas al hombre, y quien no habla al hombre es no hablar con nadie. Hay que restar tiempo al tiempo y aprender los tres idiomas. En su correspondencia manifiesta su admiración por la inventiva y espíritu práctico de los americanos, por aquellas lavadoras que introduces unas monedas, esperas, y sale la ropa limpia. Así, todo un mundo de cosas que en España son de consumo de las minorías, cuando allí son bienes al alcance de las clases medias como utensilios disponibles (el fonógrafo, pluma estilográfica, máquina de coser -Singer-, de escribir -Underwood-, automóvil, máquina de retratar, vestido, calzado, maquinilla de afeitar…), la aplicación de la electricidad al hogar (electrodomésticos: la nevera, comunicación inalámbrica,estufa eléctrica, ventilador, batidora, plancha eléctrica, tostadora, lavadora, aspiradora…), acceso a espectáculos de cine, deportes, viajes en avión… Si algo quieres, algo te cuesta porque “Los dineros son de amar pues sin ellos muchas cosas legítimas e piadosas no se pueden alcanzar”. (Alfonso X el Sabio). El año de 1927 pretende ser sólo un breve tiempo de receso y paréntesis en El Bierzo, porque las raíces tiran de uno, pero jamás puedes decir basta y hasta aquí, porque entonces estás perdido. Pero hay acontecimientos que se interponen en el camino y harán que el arado se oriente hacia otra estrella. El amor a Josefa, una agraciada joven, pone en evidencia aquello de que ”el buey suelto bien se lame -es verdad- pero sólo para los bueyes”. El “tío cura” tiene la tutela de la sobrina y se opone al matrimonio, pues entiende que los asuntos del corazón requieren de tiempo y sosiego. Hay que recurrir como alternativa a la correspondencia clandestina y servirse de la complicidad de amigos comunes, pues para las mujeres -también para los varones- una relación afectiva se mantiene mientras se hable de ella. Se impone acudir al Obispo de Astorga con la disyuntiva de sí o sí .Se casan en Astorga. Está claro aquello de B .Pascal: ”Hay razones del corazón que no entiende la razón”. El amor es cierta locura que hace esclavos a quienes son libres y libres a los esclavos, por ello es motor de la existencia. Se establecen en La Coruña. Los ahorros de José posibilitan el traspaso de una tienda de ultramarinos. El “tío cura”, superado el enfado, facilita la siempre deseada reconciliación. Fallece el “tío cura” y el ama de llaves, madre afectiva de Josefa, no puede quedar desasistida y abandonada a su suerte. El proyecto de un almacén de vinos en La Coruña sigue en pie -un puerto es una gran puerta y ventanas de entrada y salida de mercancías y de ideas- y, a tal efecto, adquiere fincas que planta de viñedo. Pero corren tiempos convulsos para nuestro país y para José, en los que la envidia malsana, el envilecimiento y la intolerancia no tendrán consideración alguna con la bondad, el ingenio, la amistad y el diálogo abierto.
Plácido Pótrola. Huérfano desde muy pequeño, con otros dos hermanos, salió adelante con el cariño y esfuerzo de su abuela la Sra. Toribia. Era Plácido un hombre fuerte, muy fuerte, y de buena planta. Pero los bienes patrimoniales eran escasos y la filoxera, por otra parte, había suprimido los trabajos de los jornaleros en el viñedo. Se imponía probar mejor fortuna en las Américas. Después de una larga travesía de 25 días, llegaría a Haití. La suerte que le esperaba no podía ser otra que cortar caña de azúcar. De aquí emigrará a Cuba (Santa Clara, Cienfuegos y Camagüey) tratando de mejorar su suerte en las industrias tabaqueras. Pero los trabajos eran muchos y escasos los pesos, no hizo fortuna. Decidió embarcarse hacia España como polizón y así, al menos, podía conservar algunos ahorrillos. Cuando se presentó ante Josefa, su prometida, fue con la verdad por delante: “¡Josefa, no traigo ni un peso!” Pero los malditos rumores lo presentaron de otra forma: ”¡Plácido!, ¿y qué…? Fefa: ¡no traigo más que esta caja de fósforos! ¡Explícate bribón! Pues claro, respondió Plácido: Se levantó una terrible tormenta y tempestad en alta mar, el barco zozobraba y, consecuentemente, el Capitán ordenó tirar por la borda todos los baúles y demás alijos. Como puedes ver no soy como ese vecino que dice que le robaron los papeles y dineros durante el viaje y que sólo conserva ese abrigo de 40 pesos”. Plácido hacía algunos jornales con la pareja, otros en la poda y escarba de las viñas. Un buen amigo de Ponferrada le proporcionaba jornales, así como hacer de cachicán para la contrata de jornaleros. Su amigo le encargaba, entre otros menesteres, el “levantar” diariamente el vino de las cubas. Todos los días, después de “levantar” el vino, aparecía Plácido a la puerta de la bodega con una escudilla de vino y un mendrugo de pan. Era el desayuno. Plácido detestaba toda suerte de autoridad. Pensaba que toda autoridad era, por definición, opresión; es más, el derecho no solucionaba nada por ser un invento de los poderosos y era, en todo caso, una cierta compensación con la que los débiles dignifican su debilidad. Más aún, hay ricos porque hay pobres y no se puede disfrutar mucho y por mucho tiempo si no es a costa de los demás. Había oído en Cuba que un tal Rousseau había escrito, más o menos, cosas del siguiente tenor: ”Cercó una tierra y dijo: es mía. Los demás fueron tan simples que así lo creyeron. He ahí el primer robo y el origen de las miserias”. Durante la II República, siempre votó, según él, las ideas comunistas, si bien lo hacía como mal menor, pues él era, en verdad, un anarquista convencido. En los Concejos abiertos siempre mostraba disconformidad en casi todo. Se dirigía al Alcalde Pedáneo con cierto desdén -hablando sin pedir la palabra, con el cigarro en la boca y la gorra no precisamente en la mano- que no por ser fulano de tal sino por ser Alcalde, por significar la autoridad. Su mujer, Josefa de Marentes, descendiente de Hijodalgo Notorio de Casa y Solar conocido -Pillobobo para los lugareños-, era una mujer religiosa, entendida en la cosa de elaboración de comidas, pues había sido ama de llaves de un importante señor en un pueblo cercano, por cuyo trabajo le había quedado una pensión de una peseta diaria. A Josefa le gustaba hablar de las comidas y de su elaboración. Pero lo que más le complacía era describir todo lo concerniente al Juicio Final en el Valle de Josafat: el lugar asignado a cada Tribu, los Ángeles trompeteros en Ferradillo, la Yegua, Monte Irago, Castro y Pajariel que anuncian la llegada del Salvador y, todo ello, situado en un Bierzo muy verde y al atardecer. A Plácido le parecía muy bien lo primero, no tanto lo segundo. A tales efectos, recordaba aquella magnífica comida que traía Constantino, el carpintero de Ozuela: una buena tortilla, dos chorizos, tocino y la bota bien llena, y no como otros desgraciados que traían el mismo chorizo toda la semana. ¡Eso sí que es comida jodío Constantino! Mientras Constantino pelaba el chorizo, Plácido recogía la piel y, llevándola a la boca, le dice: ¡mira que bocona más grande tengo Constantino! Tampoco le entonaba, maldita la gracia, la conducta de sus convecinas Valentina y Generosa. A Valentina -mujer muy humilde- porque siempre que se le preguntaba si necesitaba algo, respondía invariablemente: “No hija no, tengo de todo”. A Generosa, porque siempre estaba con el sermón de: “Todo son disgracias, hijo, hay que ser paciente”. No comprendía a qué venía el que su hermana estuviera siempre de buen humor, hacer el caldo añadido y cantara cosas como: ”Cuando voy a la granja no llevo pena, porque traigo patatas para la cena”. Lo pasaba mejor con sus amigos José el Oso y Manuel Orejas, así como con sus correligionarios de la partida de brisca de seis los domingos en la taberna, jugando el valor de aquel jarro de vino. Le gustaba el palique con el cacharrero, pues siempre traía noticias nuevas, con Germán el albardero que, con una jarra de vino, el cigarro colgado del labio -el humo le había desteñido la ceja derecha- y puesta la atención en la conversación y reparación, siempre perfecta, era un hombre feliz y de buen humor. Envidiaba que Dominanda, la colchonera de la calle Hospital, no fuera a varearle la lana de su colchón, pero era igual, porque para dormir lo importante era tener sueño. De igual modo, a aquel buhonero que llevaba tantas cosas en aquel dichoso cajón y largaba, largaba… y aquellas aguerridas mozonas asturianas que, con aquel enorme hato de lienzo moreno sobre la cabeza y apoyadas en la vara de medir, resultaban tan simpáticas como cortantes. Bernardo -el de Brañuelas- que, con una gran rozadera recorre los zarzales, recoge las mejores y más largas; después hará escobos que venderá en Astorga. Aquel loro que había traído de Cuba el cura D. Antonio regañete y que Plácido provocaba todos los días diciéndole ¡hijo de p…! a lo que invariablemente respondía el loro con: ¡so… cabrón En verdad, sentía mucho la muerte por asfixia del caballo de los zíngaros en la Nochevieja, el que tiraba del carromato verde, tipos interesantes ellos, tan simpáticos en los comentarios a la proyección de aquellas películas mudas de indios. Pero lo que realmente le conquistaba era la estancia por la tarde en el alambique, pues había calor, tabaco, conversación y hasta partida de cartas de julepe. Aurelio, el propietario, obsequiaba con una copa de aguardiente en cada postura y alguna más, si así se terciaba. Allí estaban, entre otros ,el Negro, Gerardo, Carrizo, Mazantines que siempre andaba cojeando, no se sabe si por reuma o por costumbre, los compradores de orujo de Molinaferrera (traían centeno y patatas para siembra que cambiaban por aguardiente), Miguel (con su mujer -Asunción- e hijas ) de Pobladura de la Sierra que solía adquirir cuatro cántaros de aguardiente en precio de cinco pesetas litro y un cántaro de vino, y Jalisco, santo indigente de Toral de Merayo, que con su ¡ay Jalisco no te rajes! pretendía superar al mismo Jorge Negrete. También frecuentaba el alambique su amigo el Oso a quien, de vez en cuando, aleccionaba a que vigilase el agujero del pajar en que tenían guardado el pistolón de a medias. Contaba Plácido lo de aquel que vino de Cuba sin un peso y se explicó, ante el asombro de su mujer, del siguiente tenor: ”Leonor, recordarás que cuando marché para Cuba, llevé una pareja de pardales .Pues bien, los solté al llegar, es que me daban pena. Se multiplicaron tanto que, años después, acabaron con la cosecha de trigo de la isla. Así que, informadas las autoridades, me embargaron todo y metieron en la cárcel. Por eso no traigo ni un peso”. Contó la última excentricidad de Perfecto en Rioscuro. Sabía Perfecto que un minero no se llevaba bien con su mujer. Un día Perfecto se comió la merienda del minero y puso dentro de la fiambrera una rata con tres ratones. Al abrir la fiambrera el minero y ver aquel desprecio e insulto por parte de su mujer, montó en cólera soltando toda suerte de imprecaciones no, precisamente, santas. Les refirió lo que sucedió el día del Entierro de la sardina: el Secretario con otros compinches -vestidos con harapos y haciendo de Preste y flagelantes- quemaban azufre y guindillas en calderos y botes ,a la vez que cantaban salmodias como: ¡Sancta Gertrudis… ora pro nobis!, parodiando así un entierro cristiano. Apareció, por casualidad, el Cura del pueblo y todos prestos echaron a correr, cayendo al suelo y malparado el que iba sobre la cañiza. ¡Aquello sí que era disfrutar! Pero Plácido había quedado solo .Se le arreglaron los papeles para su ingreso en el Asilo de Astorga. No resistió mucho tiempo sin tener que volver al pueblo pues, por coherencia, no podía aceptar ninguna autoridad ni reglamentación alguna sobre su vida.
Manifiesta al dorso de la fotografía: “Para Fermín Abella:
Casimiro y Méndez. Casimiro había realizado, en los años jóvenes, estudios humanísticos en el Seminario de Astorga. Ya casado con Asunción y con dos hijas, decidieron que había que buscar nuevos horizontes. Todo sería más fácil en Buenos Aires, allí estaban establecidos conocidos y amigos. En principio se adelantaría él y ,una vez conseguido el trabajo, al término de un año, se había de incorporar el resto de la familia. Casimiro trabajó en una gran mansión como mantenedor de la casa y jardinero. Al cabo de algún tiempo, Casimiro tuvo problemas articulares. Los médicos le recomendaron que “cambiara de aires”. Llegó a España con muletas. Aquello se complicó terminando en una paraplejía que le forzaba a vivir en una silla, bien atendido con el amor y cariño de su hermana y sobrinas hasta el término de sus días. A pesar de su estado y condición, Casimiro mostraba siempre buen humor ,era un hombre alegre y cercano. No dejó de interesarse por el mundo de la cultura e información. Todos los días leía el diario Pueblo que adquiría su hermana en el Kiosco de la Plaza del Ayuntamiento de Ponferrada. Méndez, amigo de Casimiro, también emigró a Buenos Aires. Su madre había quedado viuda y no había sido posible enviarle a estudiar al Seminario de Astorga que, Fernando, su hermano había abandonado recientemente y a punto de ser ordenado de Presbítero. Trabajó Méndez en distintas actividades: hostelería en principio y como contable después, pues tenía una letra preciosa y, además, sabía de matemáticas contables. Méndez sintió un marcado interés por todos los artículos que, en el diario la Nación de Buenos Aires, escribía D. José Ortega y Gasset. Asistió a todas las Conferencias que D. José pronunció en Teatros y Círculos de la capital del Mar del Plata. Méndez era, en verdad, un intelectual con limitados recursos económicos, así como un incondicional de D. José, con quien, por cierto, tenía un asombroso parecido; coincidencias de la vida. Méndez había de retornar, al cabo de unos años, al Bierzo. Todos los días solía visitar y charlar con su amigo y convecino Casimiro; tenían muchas cosas en común. Casimiro había traído de Buenos Aires semillas de la planta ALMEZ (Celtis Australis) que sembró en dos fincas. Llegada la primavera, Méndez informaba a Casimiro que su evocadora planta, en el paraje de Fuenteguinte, ya tenía flores y hojas . Hablaban de aquel grande y hermoso país, de aquellas máquinas empacadoras de alfalfa, cosechadoras de trigo y maíz. De que en un futuro, no muy lejano, se iría y volvería de Argentina en el mismo día. Del mate, el Tango y Carlos Gardel, la vida en Argentina y la poesía, porque, ”después de la verdad, nada hay tan bello como la ficción” (A. Machado). Le leyó el último poema que compuso sobre Sinda a raíz del definitivo regreso a Buenos Aires, de la despedida -entre sollozos y desgarros a la puerta del camposanto- de tantos y viejos amores. De Casimiro, y de su hermano Fernando, había aprendido Méndez algunos poemas en latín, lengua que, por otra parte, le había cautivado por su belleza, precisión, sonoridad y rotundidad y que al traducirlos perdían belleza expresiva, que ni los clásicos del Siglo de Oro consiguieron superar. Traducirlos era profanarlos. Casimiro y Méndez eran conscientes de que se acercaban al declinar de la existencia. No tenían miedo a morir. Méndez, sin embargo, sufría de gran desazón, pues entendía (como su maestro Ortega) que vivir es asistir a lo que a uno le pasa y pasar es tiempo de pre-ocupación, que-hacer; no era capaz de comprender aquello de: “Dales Señor el descanso eterno…”, pues una vida así no sería vividera. A tal efecto, recuerdan y recitan con emoción aquellos hermosos y profundos poemas en latín -sin posible traducción- de: “Pallida mors aequo pede pulsat /pauperum tabernas regumque turres” (Q.Horacio,s.I a. C.). Quedaron en que, al día siguiente, Méndez traería la gramola que habían dejado en su casa los de la boda, y así poder degustar aquellos entrañables y sabios decires-cantares del tango que, desde hacía mucho, tenían asignado su rincón en el alma: “Volver, Aunque te quiebre la vida, ¡Hoy resulta que es lo mismo Pero no fue posible… |
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