Por Valentín Carrera / En miles de pueblos de todo el orbe cristiano hay una virgen que se aparece en un árbol o en una cueva, sea la Morenica, la de Fátima o la de Covadonga; o un santo al que cuatro bueyes enteros no son capaces de mover de un descampado y hay que construirle la ermita allí mismo; o un apóstol matamoros que aparece nueve siglos después de muerto enterrado en un bosque de Galicia. Experimentemos, lector, pon en Google “vírgenes aparecidas en un tronco”: en 0,53 segundos de búsqueda aparecen 9.000 resultados. La Virgen de los Parrales, la Virgen del Vico, que apareció en una retama; la Virgen de Castejón, sobre un espino en Nieva de Cameros; la Virgen de Villa Rica, la Virgen del Tajo y la de Anguiano, las tres en una encina como la de Ponferrada; la Virgen del Roble, en un roble de Sorzano; la Virgen de la Armendaña, en un acebo; la Virgen de Valvanera, en un roble del que brotaba una fuente y un enjambre de abejas; la del Saz de Alhóndiga, en Guadalajara, en un sauce; la de Venado Tuerto, en un fresno... y así hasta nueve mil. Debemos aproximarnos a estas leyendas como lo que fueron: ficciones nacidas de la ignorancia, amuletos contra la peste, alucinaciones de una pastorcilla hambrienta, banderines de enganche para las Cruzadas.
Valentín Carrera, Viaje interior por la provincia del Bierzo / Fotografía Anxo Cabada |