Labriegos o breviario de un tiempo cercano (I)
Por Felipe Martínez Álvarez.
Actualizado el 26/11/2009
Consideraciones a un tiempo pasado
Las formas de ser y hacer humanos son siempre inacabadas e inacabables, están sometidas, y de forma inexorable, al cambio, vertiginoso a veces o de una lentitud exasperante otras. Las causas y motivos del cambio son alimentadas bien desde fuera (exógenas), bien desde dentro (endógenas), las unas no excluyen las otras puesto que la puerta del futuro es constituyente de lo humano.
Los pueblos y las gentes, que en otro tiempo conformaban el entorno de la ciudad de Ponferrada, no podrían ser una excepción. Desde los años treinta del pasado siglo, la cultura urbana e industrial de la villa-ciudad, situada de perfil entre el pasado y un prometedor futuro, más abierto y plural, llegará a ejercer una imparable influencia sobre ancestrales formas de conductas labriegas hasta el punto de diluirlas casi por entero, pues el progreso industrial, entre otros, conllevará el anonimato, pluralidad y pluralismo de las gentes, a la vez que transforma gradualmente el suelo de los antiguos sentimientos de culpa y vergüenza por los de ley y coactividad.
Nosotros, hijos o nietos, herederos o sucesores de aquellos labriegos, tenemos motivos más que suficientes para mostrarnos agradecidos, pues, además de traernos a la existencia, fueron ejemplo teórico-práctico de renuncias en pro de siguientes generaciones y que presuponen una implicación personal de amplias y elevadas miras, por el valor e importancia que concedieron a lo pequeño, despreciable en apariencia, por el espíritu de laboriosidad, así como asumir responsablemente las funciones que la tradición les asignó tanto en autoestima como en valoración moral. El disfrute inmediato, y a toda costa, no llegó a formar parte de su estilo de vida, porque, si bien es verdad que sus recursos eran asaz limitados, sabían, sin embargo, que el hedonismo y el despilfarro conducen a la holganza, indolencia, irracionalidad y vicio, siendo, por lo mismo, punto de partida de toda suerte de miserias y descalabros. Por ello será menester, una vez más, dar cuerpo con la palabra escrita a tantas cosas y rescatar cuanto esté presente, sólo que en el olvido, para que contándolas no se extingan para siempre.
Considerar y valorar el pasado no tiene como finalidad anclarse en él, sino, más bien, un entrar en lo que siendo ya irreversible, pueda ser una exigencia para valorar y crear. Pues así como el arquero ha de tensar el arco hacia atrás a fin de que el dardo alcance el blanco y no caiga delante sus pies, algo análogo sucede con todas las generaciones que, recorriendo los caminos de la vida, se ven necesitadas de transformar el camino recorrido por otras generaciones en equipaje, porque sin conservación de lo adquirido, ninguna adquisición es posible.
A tal fin ,parece necesario tener que distinguir entre lo viejo y lo antiguo de los tiempos pasados, de los legados de nuestros ancestros ,si bien el problema habrá de radicar en poder fijar el criterio que permita discernirlos ,cuestión asaz dificultosa.
Se dice que el tiempo viejo no soporta el paso del tiempo, que es desechable por su atonía, inservible, estéril y agotado, que no merece la pena repararlo ni restaurarlo, que impide ver otras cosas, que sirve, en todo caso, a la nostalgia. Que el tiempo antiguo, por el contrario, no muere con el pasado, le sobrevive, es viva huella de otro tiempo que triunfa sobre la muerte, que puede ser restaurado si bien de manera cuidadosa pues mantiene una tensión temporal y peculiar con el presente. Que el tiempo antiguo está ahí para quien desee advertir su presencia, y ofreciéndose de forma gratuita, con su peculiar pátina y elegancia, reclama nuestra atención por su valencia, aunque para quienes viven en lo novedoso del presente, el pasado carece de sentido.
Es cierto que, con frecuencia, habitamos en los dos ámbitos, que uno y otro son, como todo lo humano, cuestiones abiertas, si bien el tiempo viejo parece remitirse a la ordenación racional de medios a fines y así conseguir un máximo de eficacia en un determinado orden o sistema. Por el contrario, la actitud ante lo que consideramos tiempo antiguo es un acicate que pretende captar otra dimensión, la racionalidad en la que los medios no decidan los fines, y así podernos situar más allá de las cosas y poder orientar la vida. Es por lo que, al decir de Ortega y Gasset, “estamos obligados a justificar todos los tiempos, la verdad que cada tiempo ha vivido (...), y la necesidad de seguir pensando, pues nada ha sido pensado definitivamente”.
Toda maduración social tiene lugar en un proceso de una larga y laboriosa decantación que, llegado un tiempo se agota, entra en un callejón sin salida y acaba esclerosándose lo que tan laboriosamente se ha conseguido. No da más de sí y ha de entregar su testigo, mediante las crisis pertinentes, a otras alternativas o formas más evolucionadas de sociedad, pues cada sociedad es lo que es por su organización, lo que no significa que lo último, lo novedoso, sea lo mejor y definitivo.
¿Tiene lugar la marcha de los humanos, por así decirlo, en forma de círculo, espiral, zigzag? La larga marcha de plantas y animales no ha sido simple ni uniforme, si bien, a prima facie, pudiera parecer circular. En cualquier caso, realidades tan hermosas, complejas y de tan laboriosa configuración como las flores habrán de transformarse en frutos, éstos en semillas, en tallos ,en espigas (...), y el huevo fecundado en embrión, en feto (...), en el mundo animal. Parece ser que la alternativa a todas las crisis es siempre vida, si bien todo ello tiene lugar en un lento y paradójico proceso, implacable en sus etapas y oscuro en sus intenciones. El enigma emerge siempre: ¿se viene de... y se va hacia...?
Dirigir nuestra atención hacia el tiempo pasado no es, entonces, un perder el tiempo sino raíz de nuestro existir, pues nuestro vivir parece consistir en asistir a lo que ”nos pasa”, ”pasar”. Si el tiempo humano pasado, en general, se pudiera tachar porque no vale nada, eso mismo habría que hacer con nuestro presente y futuro, lo que, ciertamente, sería desazonador, pues todo valdría nada. Por consiguiente, es necesario considerar que ni el presente es totalmente estable ni el pasado necesariamente efímero.
Así como conocer, por ej., la fisiología de nuestro intestino o de nuestra piel no altera nuestra condición de indigentes en el orden científico-técnico, sin embargo, el conocimiento de nuestra historicidad nos descubre que somos una perspectiva más, importante pero incompleta, y que, como tal, contribuye a relativizar nuestra existencia. Es, pues, el pasado histórico un catalizador de experiencias, de experiencias irrepetibles, si bien abiertas, porque siempre echamos de menos la falta de piezas: “una procesión no termina hasta que no haya pasado el último cura”.
La condición de labriego
Desde antiguo se ha estimado que aquellas personas que ejercían trabajos físicos, manuales, habrían de llevar una vida de inferior condición respecto al resto de los humanos, por entender que las actividades primarias requieren, básica o únicamente, fuerza o vigor físico, y que el esfuerzo físico implicaría tener consecuencias negativas tanto para la salud corporal como para el alma, pues un cuerpo debilitado escasamente tendrá energías para otras actividades; quedando, en consecuencia, como embrutecidos y enajenados.
Hasta el mismo término trabajo, derivado del latín, hace referencia a una situación innoble, ominosa. El término se deriva de: tres-palia, tres palos que servían de tortura, por lo que tripaliare equivale a torturar.
Trabajar en el campo era una forma penosa y mortificadora del cuerpo que termina por arruinar el espíritu. El trabajo agrícola generó durante siglos aislamiento social, desprecio, sus miembros viven para trabajar porque no sirven para otra cosa. Son sucios, renegridos, encallecidos, envejecidos prematuramente, no saben comer, estar, son brutos y rudos.
Figuraron siempre en el más bajo escalón de la estructura social: Unos rezan -oratores-, otros defienden o pelean - bellatores- y otros producen bienes materiales para todos -laboratores-. Hasta en el mismo siglo XIX, los palos de la baraja tenían estos referentes: los oros significan los comerciantes y burgueses, las copas los clérigos, las espadas la nobleza y los bastos los siervos-campesinos.
El mismo libro del Génesis nos significa que Caín era agricultor y Abel pastor, y que Dios aceptó las ofrendas de Abel pero no las de Caín. El uno era bueno y el otro malo. El refranero popular pretende ponernos en guardia acerca de la codicia y malas artes de los hermanos pobres o campesinos: ”Bizcocho de monja y carga de aldea, que Dios se la dé a quien la desea”. Fue casi un axioma aquello de: ”En los pueblos se envejece, envilece y embrutece” y, por el contrario, ”Métete villano en villa y serás señor”.
Valores y conductas labriegas
Cada sociedad es lo que es en función de su organización, y a ésta la conforman ideas y creencias, valores y valencias, costumbres, mores, leyes, instituciones.
Nuestros antepasados labriegos conformaron su vida y trabajo en el ámbito en que nacen, se casan... y mueren, pero transidos, en su mayoría, de unos referentes verdaderamente fundantes, decantados a lo largo de toda una trayectoria secular y conformados en ancestrales creencias cristianas, vivenciados en formas relativamente uniformes y estables por los mismos grupos humanos. En este elenco de valores y valencias se priorizan: la responsabilidad, autoestima, tenacidad, austeridad -severa y forzada, a veces-, laboriosidad, discreción, prudencia, sosiego, lealtad, piedad y solidaridad, que se hace especialmente relevante en momentos de necesidad, tribulación y desgracia.
La vivencia tiránica (¿) de estos valores sirve de guardián de conductas y de la misma sociedad, de un modo de vida cerrado, relativamente estable y homogéneo, en las que la sanción social será el cemento del grupo, que trata de evitar el cambio, tomando para ello medidas contra lo que desde dentro o fuera pueda poner en peligro su estabilidad, pues si algo viene de atrás, si siempre ha sido así, si ha resistido a tantos embites, por algo habrá sido.
El deberíamos..., el hay que..., la culpa, la vergüenza propia y ajenas, constituyen el límite de las conductas que, al consolidarse en mores por la costumbre y tradición, posibilitarán el control social con un mínimo de formalidades, a la vez que darán identidad a una comunidad frente a terceras.
La vergüenza y la culpa contribuyen, también, a consolidar la autoestima personal y grupal. La autoestima comporta confianza y seguridad en uno mismo, así como una mejor predisposición frente a las dificultades futuras que nunca habrá que menospreciar, pues la vida enseña que, desde que se nace hasta que se muere, no hay otra alternativa que bracear contra corriente.
A su vez, para que las cosas de todos vayan lo mejor posible, habrá que prever las formas de canalizar las inevitables tensiones y conflictos que han de nacer entre parientes, próximos y convecinos. La tiranía (¿) del deberíamos, del hay que, pretenden ordenar la vida en mesura y armonía, por lo que será necesario prever las formas de canalizar las inevitables tensiones del grupo.
La felicidad, por tanto, dependerá, no sólo, de la valoración que hagamos de cuanto seamos, tengamos y logremos, sino de la valoración final que, inevitablemente, no ha de ser inmune a desconfianzas, murmuraciones, maldiciones y enemistades.
Las frustraciones, consustanciales al vivir, requieren de una válvula de escape que posibilite la salida a toda suerte de desajustes, pues un control perfecto es imposible, amén de nocivo. De ahí, quizá, la necesidad de configurar no sólo los tiempos de negocio sino también los de ocio, los días fastos, y prever los remedios para los nefastos y de tribulación .
Se impone saber que hay que contar no sólo con las conductas propias de los niños, enfermos, ancianos, sino también con las de los atravesados, botarates, manguelos, pillabanes, codiciosos, y aquella otra suerte de personas que padecen otras dolencias. Las bromas desmedidas, los excesos en el comer y beber en determinadas ocasiones, los cantares y decires más o menos escabrosos en bodas y otros festejos, las imprecaciones contra el cielo y la tierra, los juramentos y otros, advierten que hay que contar y canalizar el cerebro reptiliano, siempre al acecho. La catarsis, como válvula de escape, se impone como método universal de la salud individual y grupal.
Los tiempos labriegos
El tiempo astronómico condiciona los tiempos de trabajo, descanso, festivos, bodas y hasta el tiempo de morir; casi todo se vive con un sentido ritual. El sol, la sombra y la campana marcan los ritmos. La sirena de la vieja Central de la M.S.P. notifica la hora precisa llamando a relevo al siguiente turno, si bien para otras horas y tiempos más precisos habrá que recurrir al reloj carrillón del Sr. Cura.
Buena parte de los comentarios giran en torno al tiempo meteorológico y todo lo con él relacionado: buen tiempo, lluvia, nieve, sequía, frío, calor, tiempos de luz, ordenación de los cultivos, siembra o recogida, enfermedades de plantas, animales y personas.
En el invierno se paraliza la naturaleza, por lo que hay un tiempo más propicio para la vida interior, sosiego, descanso del cuerpo y el espíritu, pues quien así vive entra en lo que es realmente la vida, llegando a ser capaz de disfrutar y hasta de sentir dolor. La conversación, fantasía y socarronería de quienes comparten este tiempo con el ritual del cigarrillo y el chisquero, se convierten en importantes categorías estéticas y sociales.
El tiempo marcará las necesarias festividades religiosas, los contratos y hasta las bodas: no es bueno ni sensato casarse en mayo o en noviembre, también los réditos, obligaciones y foros tienen su tiempo: ” (. .. ) cuatro fanegas de centeno bien limpio y una gallina que no haga clic ni cloc... por Nuestra Señora de Agosto o por San Miguel, 29 de Septiembre “. Por San Martín, 11 de Noviembre, se hace la matanza y por San Andrés el mosto vino es. Por Diciembre, Enero o Febrero se inicia la poda -con podadera- de la vid, si bien hay quien afirmará que: si quieres ver a tu viña moza, pódala con hoja. San Antón, la Candelaria y San Blas anuncian el nuevo ciclo. Carnaval y el entierro de la sardina permitirán licencias prohibidas en la Cuaresma. Del mes de Marzo, el primer mes del año en otro tiempo, es mejor no fiarse, es un mes traicionero, quedan en el recuerdo sus venganzas contra el pícaro pastor y sus ovejas, o bien como: pascuas marciales hambrientas o mortales. Por San Jorge todo apunta a mejor, si bien con el dragón-araña, a pesar de la terrible lanzada, cualquier cosa es posible: mátala bien que no se te vaya. Por San Marcos, 25 de Abril, ya hay alcacer que suple la ya casi agotada hierba seca del pajar o del medero. Antes de la Ascensión, será menester prever y protegerse con las preces y rogativas hechas a toda la corte celestial para que, con su auxilio, los campos fructifiquen frente a sequías, plagas, pedrisco y tormentas. Nada estará seguro hasta bien pasada la temida Cruz de Mayo, pues las cosechas -también las virtuales- habrán de dormir muchas noches a la intemperie. En cualquier caso: Mayo pardo y Junio claro pueden más que la mula y el carro, si bien las tormentas de San Juan -San Juan y San Pedro que juegan alocadamente a los bolos- quitan vino y no dan pan. En Mayo se siega y recoge la hierba tan necesaria para el ganado de carga y tiro sin los que el labriego es casi nada. Por Junio suele hacerse necesario el adelantar en días la siega de algunos manojos de centeno, ya no resta pan en la panera. En Julio llegará el tiempo de la maja, trilla y recogida del grano del muelo. En Agosto los garbanzos y pedruelos que merman hambre y duelos. La paja trillada mezclada con repollo o nabos y una poca de harina son alimento del ganado, por lo que a finales del mes de Julio o comienzo de Agosto, se ha de plantar el repollo de asa de cántaro, ofertado por los repolleros de Villares de Órbigo; por San Roque o San Bartolo, también en Agosto, se siembran los nabos. Por El Cristo o San Miguel, en Septiembre, comienzan las vendimias y recogen otras frutas y frutos, quedando para mediados de Octubre la recogida de la pera caruja (....). Por San Miguel comienza a prepararse el mullido de las tierras, haciendo la sementera después de las lluvias, ya en últimos de Octubre o primeros de Noviembre. En Noviembre habrá de llover en abundancia hasta que la tierra se empape, pues: Si la reguera corre antes de Navidad, paneras fuera, si por el contrario, paneras quedas.