La próxima primavera se cumplirán 75 años de uno de los episodios más legendarios a la par que tapado y desconocido de la guerra civil. El 22 de mayo de 1938, un total de 798 reclusos participaban en una fuga masiva del penal de castigo de las fuerzas franquistas de San Cristóbal, en Pamplona. Muchos morirían en la huida. Otros eran cazados y reintegrados a este fuerte militar.
Sólo tres de ellos consiguieron alcanzar la frontera francesa y encontrar lo que entenderían por libertad. Uno de los tres era berciano.
Con la ayuda de familiares e investigadores, La Crónica recupera la desconocida historia de Jovino Fernández González, un joven minero, albañil y posteriormente militar de Santa Marina del Sil, conafiliación sindical a la CNT, enrolado en el ejército republicano y encarcelado en el penal de San Cristóbal el 23 de octubre de 1937.
Casi ocho meses después de ese ingreso se convertiría en un Ulises en los Pirineos, cuya vida fue salpicada por duros episodios.
Tras perder los republicanos la guerra, rehizo su vida como refugiado en Francia añorando siempre poder regresar a su querido Bierzo. Algo que sólo consiguió décadas después, muerto el dictador Francisco Franco.
De Santa Marina...Como tantos otros muchachos de todos los pueblos del entorno, Jovino trabajó desde muy joven en las minas de Toreno hasta que se le destinó a San Sebastián a prestar el servicio militar. Tras esta etapa decidió quedarse en Santander y unirse a la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) en 1932.En 1934, una falsa denuncia lo vincula a los movimientos obreros revolucionarios y Jovino cumpliría unos meses de cárcel en León y Oviedo.
Sin embargo, la victoria del Frente Popular las elecciones de febrero de 1936 supuso la amnistía para todos los presos políticos y Jovino pudo beneficiarse de tal decreto.
... a San CristóbalEl golpe militar del 18 de julio de 1936 le sorprendió en Asturias. Allí decidió unirse al Ejército Regular republicano, donde formó parte del Segundo Cuerpo, 12º Brigada Mixta, batallón 212 y llegó a ser sargento de Enlaces y Transmisiones.
El bando nacional lo cogió prisionero en la defensa de Reinosa (Cantabria). Fue condenado a pena de muerte, que posteriormente le conmutarían por reclusión mayor: 30 años de prisión que lo llevarían al penal navarro de San Cristóbal.
Allí ingresó el 23 de octubre de 1937. Tal y cómo él mismo relató tiempo después en el periódico de la CNT Solidaridad Obrera,“los civiles me entregaron al jefe del penal del Fuerte de San Cristóbal como si se tratase de un fardo. Sin ropa, sin colchoneta, sin nada, con mis pobres harapos de prisionero me metieron en la brigada del patio”.
Los testimonios de los presos sobre las condiciones de vida en San Cristóbal son desgarradores.
El propio Jovino contó que “la comida era horrible, un día en la ración de potaje para cuarenta hombres pudimos contar hasta setenta garbanzos”. “El que enfermaba o tal vez le hacían enfermar no tenía médico, ni medicinas ni enfermería, moría como podía”.
Otros testimonios(cita recogida en el libro ‘Fuerte de San Cristóbal, 1938’)hablan de que “había grandes desconchones con nidos tremendos de chinches”,tal y como citaba el madrileño Ernesto Carratalá. “No nos daban más que un litro de agua para todo el día y con eso teníamos que lavarnos la cara, el plato, la cuchara”, recordaba Josu Urresti, de Ondarroa. “Allísólo te permitían tener piojos”.
“Para lavar la ropa había un lavadero lleno de piojos y agua sucia”. “No teníamos ropa, las zapatillas las hacíamos nosotros con una goma y telas de las colchonetas”, testimonio que ofreció para el citado libro el leonésLuis Félix Álvarez, de Armunia.
La fugaJovino llevaba ya 7 meses y 29 días en el pétreo infierno de San Cristóbal. Jornadas llenas de penuria, hacinamiento, insalubridad, frío extremo, humedad, hambre, maltratos y humillaciones.
Corría el domingo 22 de mayode 1938. El plan de fuga había comenzado hace meses. Un grupo de presos, buena parte de ellos juzgados en Vitoria, con Leopoldo Pico Pérez a la cabeza, trabajaronrecopilando información sobre los planos del fuerte. En buena parte gracias a los reclusos que desempeñaban servicios en el penal. Elaboraron una minuciosa estrategia para desarmar a los guardas y hacerse con el control de la fortificación.
Unos cuantos presos sabrían de antemano que se planeaba una huida. Pero muy pocos de ellos conocerían los detalles de la operación. Eligieron la hora de la cena. Era un buen momento para aprovechar que los vigilantes bajaban la guardia y beneficiarse de la constante apertura de puertas.
Los organizadores de la fuga irían a través de los pasillos desarmando, encerrando y anulando a guardias, funcionarios y centinelas uno a uno, apoderándose de alguno de sus uniformes para continuar su plan con discreción. Mataron a uno de ellos.
Las entrañas del plan merecerían un extenso capítulo aparte. Si bien trabajos como el anteriormente mencionado libro, obra de Iñaki Alforja y Félix Sierra, recogen con gran precisión una reconstrucción de lo ocurrido.
Jovino se encontraba al margen del plan. “Al atardecer paseábamos por el patio. Se me acercó un ordenanza del Economato y me dijo en tono misterioso, hay jaleo, hay que tener cuidado”, relató a Solidaridad Obrera.
¡A la calle camaradas, sois libres!Sonaron tiros, eran momentos de confusión y miedo. Retumbabanpuertas y chirriaban cerrojos. Entraron compañeros en el patio portando fusiles con la ropa de los oficiales de la prisión. Alguien gritó ¡A la calle camaradas, sois libres!
Todo el mundo corría, muchos de ellos sin saber muy bien que hacer. Se apoyaban y preguntaban a los amigos y conocidos.Había una posibilidad de escapar del infierno. Finalmente fueron 795 los que se aventuraron a la evasión, en busca de una libertad y una dignidad negada desde hacía demasiado tiempo.
Confusos, temerosos, débiles, cansados, enfermos, hambrientos, desarmados, mal vestidos y mal calzados, salieron en columna, cómo pudieron, buscaron senderos, se escondieron en los montes e intentaban avanzar en la dirección opuesta al infierno.
Para la mayoría de ellos la aventura no duró mucho. En cuanto le fue posible, el ejército cortó puentes y carreteras. Enseguidase conformó un gran despliegue para capturar los fugados, que en su huida escuchaban los aterradores estruendos de las ametralladoras a discreción. Se percibía la falta de compasión allí donde los guardias encontraban a un fugitivo.
Hay descuadres con los números, pero las cifras oficiales hablan de que 207 presos murieron en la huida. Otros 585 fueron capturados y reintegrados al fuerte con duros castigos. Tres llegaron a la frontera francesa. Valentín Lorenzo Bajo (Villar del Ciervo, Salamanca),José Marinero Sanz (Dehesa Mayor, Segovia) y el berciano Jovino Fernández González.
Valentín y José estaban en el mismo grupo en la escapada y pudieron hacer juntos su travesía.
Jovino se quedó solo muy pronto. “Iba con un grupo primero de 20 compañeros. A los dos días quedábamos tres y más tarde quedé yo solo”. Jovino nunca supo, según expresó, ni los detalles del plan de huida, ni cómo se consiguió desarmar a los guardianes del fuerte.
Pero estaba fuera, parecía haber esquivado a los perseguidores y quería aprovechar las pocas fuerzas que le quedaban para seguir adelante.
Según contó en su relato a Solidaridad Obrera y tal y cómo relataríaa su familia sus recuerdos muchos años después, fueron 13 días de un auténtico periplo de angustia y miedo, pero también de tesón y esperanza.
Travesía en el monte
“Comía hojas y hierbas, las que creía que pudieran serme buenas”. Iban pasando las jornadas. Jovino avanzaba de noche y se escondía por el día, pero los perseguidores seguían al acecho. Aún no habían recuperado a todos los fugados.
“Cada día me libraba, por verdadero milagro, de que me atrapasen”. Uno de los episodios más angustiosos que contaba Jovino fue cuando, ante el aliento cercano de sus perseguidores, se metió en un río. Nunca supo cual. Allí permaneció más de dos horas, mientras escuchaba a la patrulla gritar: “aquí se ha metido, y aquí lo hemos de encontrar”.
Los perros acudieron donde Jovino se encontraba, dentro del agua, ante los crujidos de una rama en la que se escondía y que se rompió. Contaba que llegó a extender su mano hacia el hocico de los canes en un intento desesperado de calmarlos para evitar que le delataran o le atacaran. Y lo consiguió. Los perros volvieron con la patrulla y le dejaron estar.
Fueron 13 días y 13 noches, cada cual peor, casi sin comida, sólo lo poco que podía encontrar, sin ropas, sin descansoy sin fuerzas.
En la última jornada de travesía se encontró con un pastor. Lo recordaba con barba y melena. Éste enseguida se dio cuenta de que Jovino era un fugitivo de San Cristóbal. Aunque manipuladas, las noticias volaban.
Se ofreció a ayudarle, a traerle alimento al día siguiente. Pero en un primer momento, las fuerzas de Jovino sólo le llegaban para desconfiar.Finalmente se sinceró con el pastor y se escondió en otro lado a esperar. Y al día siguiente lo vio llegar con una cesta de comida. “Mira, allí es Francia, vas por esas cumbres y llegarás”.
Francia, ¿la libertad?
Faltaba muy poco. Echó a correr hacia las montañas, durante horas, hasta que llegó a un pequeño pueblo, ya francés. Era 4 de junio de 1938. Jovino vio a los vecinos hacer corro entorno a él. No recordaría el nombre del pueblo ni la ruta que usó para llegar a él, pero estaba en Francia.
Explicó quien era. Las autoridades locales lo condujeron a Hendaya en el País Vasco Francés.Fue interrogado y acompañado por elcónsul español a descansar a un hotel.
Trece días después acababa una odisea para Jovino. Finalizaba un terrible episodio que pudo, cada día, costarle la vida.De hecho, así le ocurrió a centenares de sus compañeros. Sin embargo, ahora estaba libre. Estaba en Francia.
Pero Jovino no se iba a quedar allí. No por el momento. Creyó recuperar todas las fuerzas perdidas con el sueño de una sola noche.
Su mente ya maquinaba cómohacer para regresar a casa. Pidió ser trasladado a Barcelona, en zona republicana.Sus convicciones eran claras. Ya había servido a la causa republicana durante algunos meses en Asturias y Cantabria.
Los suyos seguían peleando y él quería regresar para ayudarles. La prisión de San Cristóbal se lo había impedido en los últimos meses. Pero ahora ya estaba fuera de allí.
Fue ubicado en el cuartel de lucha antifascista Karl Marx de Barcelona, donde operó como teniente de Ingenieros, encargado de Transmisiones del 34 Batallón Divisionario de Ametralladoras, en el Segre y en Gerona . “Y ahora, otra vez soldado hasta el fin. Para eso quería salir de aquel infierno”.