1809, un año crítico
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN(12)
La última cruzada emprendida por la vieja España en 1808, surgida en defensa del rey Fernando, la Religión y la patria, no presentaba buen cariz a comienzos del siguiente año. El general Loison había sido nombrado gobernador general del Reino de León, con el objetivo de «restablecer la confianza, el orden y la tranquilidad, y reparar los desórdenes que son consiguientes al paso de los ejércitos»
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
Una guarnición gala ocupaba permanentemente la capital, cuyos vecinos soñaban con tiempos mejores mientras trataban de llevar una vida más o menos normal en aquel polvorín cargado de tensiones. Decididas a renovar las rancias tradiciones españolas mediante un baño de modernidad, las nuevas autoridades ratificaron a Alejandro Alonso Reyero en el cargo de corregidor, nombrando regidores a Rafael Daniel, Manuel Castañón, Rafael Canseco y Nicolás Suárez. Todos ellos, acompañados por el obispo Pedro Luis Blanco, formaban parte igualmente de la Junta Particular, nuevo organismo creado por los franceses.
La ancestral división del país en reinos y provincias se sustituyó por un organigrama de 38 intendencias, cuyos responsables tenían a su cargo la inspección de los hospitales y casas de misericordia, la educación pública y el fomento de la agricultura y la industria, entre otros cometidos. Manuel de Ciarán fue el intendente designado para León, puesto que ocupará durante todo el período de dominación napoleónica. Por encima del intendente estaba la figura del comisario regio, encargado de comprobar la aplicación de las órdenes dictadas por el rey José Bonaparte, inspeccionar la fidelidad de las autoridades y fomentar, en definitiva, un espíritu de adhesión a los franceses. El conde de Montarco, antiguo Consejero de Estado, fue nombrado comisario regio para las provincias de Santander, León y el Principado de Asturias. Pero a decir de un folleto publicado después de la guerra, el recibimiento de la capital leonesa a su persona no resultó especialmente caluroso: Vino a esta ciudad en la primavera de 1809 el ridículo viejo conde de Montarco de comisionado regio por el rey intruso. Lo primero que trató de informarse fue del espíritu público, y al momento le designan como principales perturbadores a D. Lino Alambra, a D. Pedro Gaztañaga y a D. Pedro Unzúe. El tal comisionado regio los llamó a todos tres por esquela a distintas horas, y a cada uno de por sí les echó una sermonata, que no faltó más que sacar el Cristo para que la predicación hubiese sido completa. Los delatores, que sin duda aspiraban a más, dieron parte a su buen rey de que su regio comisionado se había andado con paños calientes, y que convenía para tranquilizar la opinión y amedrentar a los demás, que a los canónigos D. Francisco Campomanes, D. Lino Alambra y D. Pedro Pascual se les recluyese en el Seminario de San Froilán por dos meses, en donde aprendiesen el respeto y obediencia que se debía al rey y a sus leyes.
Llega la guerrilla Fanáticos del culto al orden, los franceses dedicaron todos sus esfuerzos a mantener una ficción de normalidad en la vida cotidiana. Con este fin, el general Loison dio el visto bueno a un Reglamento de Policía para la ciudad de León y pueblos comarcanos que regulaba aspectos referidos a la compraventa de mercancías, limpieza de la capital, armas que poseían los vecinos o la obligación de declarar a las personas alojadas en las viviendas particulares. La infracción a cualquiera de dichas normas era castigada con penas pecuniarias. Pero la tranquilidad pública que pretendían garantizar las autoridades afrancesadas, dividido su corazón entre el amor a la patria y sus ideales ilustrados, se vino abajo cuando los días 9, 10 y 11 de julio de 1809, las tropas mandadas por el general Chalot abandonaron León, no sin advertir que estuvieran dispuestos suficientes suministros para cuando tuviese lugar su regreso, pues de lo contrario serán terribles contra los inobedientes y omisos los procedimientos y penas con que serán castigados. Apenas terminaban de salir los últimos soldados galos, y mientras los regidores estaban reunidos en el Ayuntamiento, cuando una partida de seis o siete hombres pertenecientes al grupo de Acebedo entraron en la ciudad para informarse de los movimientos del ejército invasor. Enterados por el corregidor de que los franceses regresarían en breve, los guerrilleros partieron de la capital sin molestar a nadie. La guerrilla había encontrado un gran aliado en los montes de la provincia, lugar perfecto para perpetrar las emboscadas y audaces golpes de mano con que golpearon una y otra vez al enemigo. Tal como rezaba la propaganda bonapartista, la canalla se ha echado a calles y caminos , inventando una forma de guerrear que daría lugar a un término utilizado en castellano en todo el mundo. Se trataba de un conglomerado compuesto por desertores cercanos al bandidaje, campesinos, curas absolutistas y artesanos liberales, que jugaría un papel crucial al dificultar a los franceses el dominio del territorio.
Porlier en León El ejército napoleónico regresó efectivamente al poco, aunque el día 26 de julio la guarnición salió nuevamente de la capital. El comisario Montarco informó del hecho a la municipalidad, a fin de que arbitrasen las medidas oportunas para mantener la salud y tranquilidad pública. Así lo hizo el Ayuntamiento, emitiendo un bando con recomendaciones para preservar el orden y respetar las cosas, ordenando que los comisarios de Policía y los regidores de los arrabales, escoltados por vecinos de probada lealtad, rondasen por las noches y trasladaran los enfermos del Hospital Militar al de San Antonio Abad. Medida que de poco habría de servir, pues en la misma tarde del día 26 se presentaron en la capital cinco o seis jinetes, con espadas desnudas y socolor de Militares . En la sesión municipal del día siguiente, Claudio Quijada expuso que, hallándose desempañando su comisión para resguardar la Puerta de Renueva, se acercaron a dicha entrada hacia las 4,30 de la tarde, poco más o menos, 80 hombres a caballo y armados con espada y, habiendo preguntado al que al parecer los capitaneaba, dijo que buscaba al juez del pueblo para lo que se dirigía a la Plaza Mayor. Sigue refiriendo Quijada que el grupo se introdujo en la ciudad, dando paso a un destacamento de infantería de 70 hombres con sus fusiles, bayoneta armada y tambor batiente. Aún más, al amanecer del 28 entraron por Puerta Obispo alrededor de 200 hombres a caballo con espadas y clarines, encabezados según se decía por Juan Díaz Porlier, apodado el Marquesito . Permanecieron en la capital hasta las once de la noche, cuando marcharon por la calzada de Puente Castro. Al día siguiente se presentó un oficial, logrando abastecerse con 6 ó 7 carros cargados con pan, carne e incluso leña, cargamento que fue llevado a Villavente. También llegó a León otra partida con 70 hombres de caballería y alrededor de 300 de infantería. Era apenas una avanzadilla para la entrada, en la tarde del 29 de julio, de Luis de Sosa, comandante general español del Reino de León y de las Divisiones de Voluntarios.
Euforia patriótica
El pueblo recibió con alborozo la aparición de los nuestros, pese a que el enemigo tenía distribuidos importantes contingentes armados por los pueblos de Mansilla, Valencia de Don Juan, Mayorga y Valderas. Como consecuencia de su postura recelosa hacia los munícipes en funciones, nombrados al fin y al cabo por los franceses, Luis de Sosa los cesó en sus cargos, decisión ratificada por la Junta Superior del Reino. Y para contener el previsto e inminente ataque galo, se reforzaron las puertas de la ciudad con gruesas empalizadas. Un trabajo realizado entre canciones rebosantes de euforia patriótica:
¡Viva la alegría! ¡Viva el buen humor! ¡Viva el heroísmo del pueblo español! El día 7 de agosto tuvo lugar el previsto encontronazo entre ambos ejércitos, choque armado que se trabó en el entonces arrabal de Puente Castro con el resultado de varios muertos y heridos por cada bando. No obstante, el cerco galo se estrechaba cada vez más, hasta el punto que Porlier y más tarde Luis de Sosa hubieron de abandonar León a su suerte, dados los ingenuos auxilios que pudo prometerse de nuestros cuerpos de ejército, a pesar de haberlo solicitado por seis veces, ya que los jefes militares no podían ejercer estos auxilios por las órdenes terminantes del Sr. General en Jefe . A mediados de agosto las tropas del general Kellermann tomaron de nuevo posesión de la capital, y según su versión, con satisfacción de todos los habitantes . Sin duda, el hartazgo del conflicto había provocado algún roce con la guerrilla, tal como declaró el apesadumbrado Luis de Sosa.
Desde esta fecha hasta el mes de diciembre de 1809, la capital será tomada y abandonada consecutivamente por unos y otros. Después de ser ocupada otra vez por Porlier, la caballería gala del coronel Dejean robó el día 16 de septiembre la plata de San Isidoro y hermosos ornamentos sagrados de otros conventos leoneses. Punto clave en la estrategia conjunta para el territorio norte peninsular, León cambia de manos en función de los intereses tácticos inherentes al movimiento de los ejércitos rivales. Así hasta el día 8 de diciembre, cuando las tropas francesas mandadas por el general Ferry, nuevo gobernador de la Provincia, se instalan de forma más estable y continuada, nombrando autoridades afines a su causa. El siguiente objetivo de los militares napoleónicos sería Astorga, víctima de un asedio que pasará a los anales militares españoles.
La ancestral división del país en reinos y provincias se sustituyó por un organigrama de 38 intendencias, cuyos responsables tenían a su cargo la inspección de los hospitales y casas de misericordia, la educación pública y el fomento de la agricultura y la industria, entre otros cometidos. Manuel de Ciarán fue el intendente designado para León, puesto que ocupará durante todo el período de dominación napoleónica. Por encima del intendente estaba la figura del comisario regio, encargado de comprobar la aplicación de las órdenes dictadas por el rey José Bonaparte, inspeccionar la fidelidad de las autoridades y fomentar, en definitiva, un espíritu de adhesión a los franceses. El conde de Montarco, antiguo Consejero de Estado, fue nombrado comisario regio para las provincias de Santander, León y el Principado de Asturias. Pero a decir de un folleto publicado después de la guerra, el recibimiento de la capital leonesa a su persona no resultó especialmente caluroso: Vino a esta ciudad en la primavera de 1809 el ridículo viejo conde de Montarco de comisionado regio por el rey intruso. Lo primero que trató de informarse fue del espíritu público, y al momento le designan como principales perturbadores a D. Lino Alambra, a D. Pedro Gaztañaga y a D. Pedro Unzúe. El tal comisionado regio los llamó a todos tres por esquela a distintas horas, y a cada uno de por sí les echó una sermonata, que no faltó más que sacar el Cristo para que la predicación hubiese sido completa. Los delatores, que sin duda aspiraban a más, dieron parte a su buen rey de que su regio comisionado se había andado con paños calientes, y que convenía para tranquilizar la opinión y amedrentar a los demás, que a los canónigos D. Francisco Campomanes, D. Lino Alambra y D. Pedro Pascual se les recluyese en el Seminario de San Froilán por dos meses, en donde aprendiesen el respeto y obediencia que se debía al rey y a sus leyes.
Llega la guerrilla Fanáticos del culto al orden, los franceses dedicaron todos sus esfuerzos a mantener una ficción de normalidad en la vida cotidiana. Con este fin, el general Loison dio el visto bueno a un Reglamento de Policía para la ciudad de León y pueblos comarcanos que regulaba aspectos referidos a la compraventa de mercancías, limpieza de la capital, armas que poseían los vecinos o la obligación de declarar a las personas alojadas en las viviendas particulares. La infracción a cualquiera de dichas normas era castigada con penas pecuniarias. Pero la tranquilidad pública que pretendían garantizar las autoridades afrancesadas, dividido su corazón entre el amor a la patria y sus ideales ilustrados, se vino abajo cuando los días 9, 10 y 11 de julio de 1809, las tropas mandadas por el general Chalot abandonaron León, no sin advertir que estuvieran dispuestos suficientes suministros para cuando tuviese lugar su regreso, pues de lo contrario serán terribles contra los inobedientes y omisos los procedimientos y penas con que serán castigados. Apenas terminaban de salir los últimos soldados galos, y mientras los regidores estaban reunidos en el Ayuntamiento, cuando una partida de seis o siete hombres pertenecientes al grupo de Acebedo entraron en la ciudad para informarse de los movimientos del ejército invasor. Enterados por el corregidor de que los franceses regresarían en breve, los guerrilleros partieron de la capital sin molestar a nadie. La guerrilla había encontrado un gran aliado en los montes de la provincia, lugar perfecto para perpetrar las emboscadas y audaces golpes de mano con que golpearon una y otra vez al enemigo. Tal como rezaba la propaganda bonapartista, la canalla se ha echado a calles y caminos , inventando una forma de guerrear que daría lugar a un término utilizado en castellano en todo el mundo. Se trataba de un conglomerado compuesto por desertores cercanos al bandidaje, campesinos, curas absolutistas y artesanos liberales, que jugaría un papel crucial al dificultar a los franceses el dominio del territorio.
Porlier en León El ejército napoleónico regresó efectivamente al poco, aunque el día 26 de julio la guarnición salió nuevamente de la capital. El comisario Montarco informó del hecho a la municipalidad, a fin de que arbitrasen las medidas oportunas para mantener la salud y tranquilidad pública. Así lo hizo el Ayuntamiento, emitiendo un bando con recomendaciones para preservar el orden y respetar las cosas, ordenando que los comisarios de Policía y los regidores de los arrabales, escoltados por vecinos de probada lealtad, rondasen por las noches y trasladaran los enfermos del Hospital Militar al de San Antonio Abad. Medida que de poco habría de servir, pues en la misma tarde del día 26 se presentaron en la capital cinco o seis jinetes, con espadas desnudas y socolor de Militares . En la sesión municipal del día siguiente, Claudio Quijada expuso que, hallándose desempañando su comisión para resguardar la Puerta de Renueva, se acercaron a dicha entrada hacia las 4,30 de la tarde, poco más o menos, 80 hombres a caballo y armados con espada y, habiendo preguntado al que al parecer los capitaneaba, dijo que buscaba al juez del pueblo para lo que se dirigía a la Plaza Mayor. Sigue refiriendo Quijada que el grupo se introdujo en la ciudad, dando paso a un destacamento de infantería de 70 hombres con sus fusiles, bayoneta armada y tambor batiente. Aún más, al amanecer del 28 entraron por Puerta Obispo alrededor de 200 hombres a caballo con espadas y clarines, encabezados según se decía por Juan Díaz Porlier, apodado el Marquesito . Permanecieron en la capital hasta las once de la noche, cuando marcharon por la calzada de Puente Castro. Al día siguiente se presentó un oficial, logrando abastecerse con 6 ó 7 carros cargados con pan, carne e incluso leña, cargamento que fue llevado a Villavente. También llegó a León otra partida con 70 hombres de caballería y alrededor de 300 de infantería. Era apenas una avanzadilla para la entrada, en la tarde del 29 de julio, de Luis de Sosa, comandante general español del Reino de León y de las Divisiones de Voluntarios.
Euforia patriótica
El pueblo recibió con alborozo la aparición de los nuestros, pese a que el enemigo tenía distribuidos importantes contingentes armados por los pueblos de Mansilla, Valencia de Don Juan, Mayorga y Valderas. Como consecuencia de su postura recelosa hacia los munícipes en funciones, nombrados al fin y al cabo por los franceses, Luis de Sosa los cesó en sus cargos, decisión ratificada por la Junta Superior del Reino. Y para contener el previsto e inminente ataque galo, se reforzaron las puertas de la ciudad con gruesas empalizadas. Un trabajo realizado entre canciones rebosantes de euforia patriótica:
¡Viva la alegría! ¡Viva el buen humor! ¡Viva el heroísmo del pueblo español! El día 7 de agosto tuvo lugar el previsto encontronazo entre ambos ejércitos, choque armado que se trabó en el entonces arrabal de Puente Castro con el resultado de varios muertos y heridos por cada bando. No obstante, el cerco galo se estrechaba cada vez más, hasta el punto que Porlier y más tarde Luis de Sosa hubieron de abandonar León a su suerte, dados los ingenuos auxilios que pudo prometerse de nuestros cuerpos de ejército, a pesar de haberlo solicitado por seis veces, ya que los jefes militares no podían ejercer estos auxilios por las órdenes terminantes del Sr. General en Jefe . A mediados de agosto las tropas del general Kellermann tomaron de nuevo posesión de la capital, y según su versión, con satisfacción de todos los habitantes . Sin duda, el hartazgo del conflicto había provocado algún roce con la guerrilla, tal como declaró el apesadumbrado Luis de Sosa.
Desde esta fecha hasta el mes de diciembre de 1809, la capital será tomada y abandonada consecutivamente por unos y otros. Después de ser ocupada otra vez por Porlier, la caballería gala del coronel Dejean robó el día 16 de septiembre la plata de San Isidoro y hermosos ornamentos sagrados de otros conventos leoneses. Punto clave en la estrategia conjunta para el territorio norte peninsular, León cambia de manos en función de los intereses tácticos inherentes al movimiento de los ejércitos rivales. Así hasta el día 8 de diciembre, cuando las tropas francesas mandadas por el general Ferry, nuevo gobernador de la Provincia, se instalan de forma más estable y continuada, nombrando autoridades afines a su causa. El siguiente objetivo de los militares napoleónicos sería Astorga, víctima de un asedio que pasará a los anales militares españoles.