LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN
El día 24 de abril de 1808, el genio del pueblo leonés salió definitiva e irremediablemente de la botella, manifestándose en defensa de los derechos del «deseado» Fernando VII. Aún no se tenía claro si la amenaza provenía del todopoderoso Napoleón o bien era consecuencia de los turbios manejos tramados por el detestable Godoy, pero el caso es que los ciudadanos se manifestaron y sacaron a relucir gallardetes y retratos
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
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Así lo recoge un sensacional documento de época que se cobija en el archivo municipal: Y en esta disposición, rodeando la casa del Ayuntamiento, pedían a grandes voces los Pendones de la Ciudad para proclamar vuestro nombre. En este mismo punto aconteció que, sonando las cajas de la ciudad en aquel recinto, anunciaban la publicación de un nuevo bando; se sorprenden los corazones, se aumenta su agitación y la voz del Pregonero impone un silencio general. El verbo de la autoridad se hizo oír en medio de una expectación sepulcral: Era, Señor, la Real Orden que V.M. firmó en Burgos el 12 del corriente, cuyo beneficio contenido apenas inspiró al reunido Pueblo la idea cierta de los inmensos Rasgos de Bondad que abriga vuestro Magnánimo Corazón, cuando de improviso vuelve a arder en entusiasmo con un fuego inextinguible. Se repiten los vivas, se aumentaron las exclamaciones y se reitera la intimación de tremolar los pendones. A un empeño tan fiel, tan leal y significativo de su amor eterno a vuestra Persona, no pudo negarse este Ayuntamiento, cuyos individuos no estaban menos inflamados que los que constituían el Pueblo entero. Y así fue, Señor, que se condescendió a sus ruegos sacándolos a la misma hora y conduciéndolos uno de los Regidores, acompañado de varios sujetos de carácter y seguido del inmenso Pueblo entre una confusión de voces agradables, hasta las casas consistoriales donde se tremolaron y fijaron a la vista del Numeroso concurso que no cesaba de loar y repetir vuestro nombre. Mito e historia se dan la mano en torno a aquellos hechos aureolados por la liturgia de los grandes acontecimientos: Suspiraban aún las Gentes por un retrato de V.M. y provisionalmente se hizo forzoso buscar y presentarles uno pequeño que se colocó entre los Pendones, dejándolos satisfechos por entonces, pero con la protesta de que a las tres de la propia tarde se había de colocar otro de mayor cuerpo bajo el respectivo dosel que también debía franquear la Ciudad, a cuyo efecto se había determinado que el retrato se condujese por el propio Regidor que había llevado los Pendones, pero de A caballo y acompañado de la Comitiva posible. A la citada hora, ya el pueblo impaciente, esperaba que se realizase la oferta, y en efecto, empezaron luego de presentarse en la Plazuela de la Casa del Ayuntamiento diferentes sujetos de distinción, que con otras varias Personas dirigidas al intento, formaban un acompañamiento numeroso y brillante, tanto por el ornato de sus Personas como por los bien enjaezados caballos, que distribuidos en dos filas uniformes, a las que seguía el Regidor que llevaba el Retrato en medio de cuatro caballeros oficiales, se dirigió por las Principales Calles de la Ciudad hasta el referido consistorio.
Rey y padre El capítulo central de tan famosa jornada tuvo lugar frente al Ayuntamiento capitalino, donde estaba ya prevenida una Guardia de escopeteros y el Decano, que tomó y colocó el retrato en el balcón principal que estaba ya destinado y adornado al efecto, como todos los demás que se colgaron con anticipación, desde cuyo tiempo se pusieron dos centinelas a las esquinas del Dosel, en cuya disposición ha continuado todo el día y aun continuará algunos más, según el fervoroso entusiasmo que muestra este vecindario, el que, sin embargo de las ardientes Demostraciones de Júbilo y Algazara, se ha conducido con un miramiento plausible. Tal ha sido, Señor, el célebre suceso que este Ayuntamiento no ha podido ni ha juzgado que debía ocultar a V.M., no sólo para que vuestra Real bondad tenga la dignación de indultar este exceso generoso a un Pueblo que ama de veras a vuestra Persona, cuanto para que V.M. se entere de los verdaderos sentimientos que animan a los Leoneses en obsequio de Vos mismo que sois Nuestro Rey y seréis Nuestro Padre. El documento municipal acaba con el ofrecimiento de tomar las armas en caso de que don Fernando viera amenazado su trono: Así mismo cree este Ayuntamiento que debe hacer presente a V.M. no haberse podido desentender de formar notas de suscripción, a ruegos de estos mismos Ciudadanos, para el alistamiento de algunos Mozos solteros y aun casados, que voluntariamente (como todos sus compatriotas) se ofrecen a sacrificar sus vidas, en las actuales circunstancias, por la Sagrada Persona de V.M., que este Muy Leal Ayuntamiento pide a Dios conserve perpetuamente para la exaltación de vuestros Reinados . Estos son todos los pormenores de la crónica referida a la memorable jornada del 24 de abril de 1808, punto de partida para los males sin cuento que habrían de afligir a León de forma inminente.
Luis de Sosa y González Mérida Si hablamos de nombres propios, el coronel Luis de Sosa tomó parte muy activa en exaltar al pueblo para que acudiera a la Plaza Mayor y vitorease a Fernando VII, siendo también autor del parte que le encargó el Ayuntamiento narrando los acontecimientos, enviado posteriormente a la Regencia. No se quedó atrás Valentín González Mérida en cuanto a patriotismo, según informa él mismo en una carta fechada en Ponferrada el 26 de noviembre de 1809: Deja a parte el haber sido el primero que irritado al ver la felonía, la negra conspiración que se tramaba contra la augusta persona de nuestro joven y amado monarca en 24 de abril de 1808 (Época en que toda la Nación se hallaba aún sumergiéndose en el horror y abatimiento) tomó las armas despreciando los peligros que por todas partes nos rodeaban y el atroz terrorismo que sofocaba al valor y a la constancia, salió a la Plaza Mayor de la capital fiel de esta desgraciada provincia y con enternecimiento de todas las personas sensibles aunque con burla y desprecio de las infames y malvadas, dio principio al armamento de todas ellas, y tuvo la incomparable satisfacción de proclamar entre sus decididos y armados compatriotas el dulce y seductor nombre de Fernando, de tremolar sus augustos Estandartes, y de jurar la defensa de su sagrada persona, la de sus legítimos e inviolables derechos, y la de nuestra sacro-santa Religión. Tanto uno como otro, Luis de Sola y Valentín González Mérida, tienen sendas calles en la capital bautizadas con sus respectivos nombres, recordando la memoria de aquellos héroes locales. Hasta aquí la narración detallada de lo acontecido en León el 24 de abril de 1808, un levantamiento en defensa de Fernando VII y contra un enemigo declarado como era Manuel Godoy, aunque en ningún caso se trate de una insurrección contra los ejércitos franceses, que ni siquiera habían llegado para entonces a nuestra provincia, ni una proclamación de «independencia» contra el yugo de los invasores. No obstante, y al igual que ocurrió en otros muchos lugares de España, fueron varios los autores que en fechas posteriores imaginaron la hipótesis de que León era pionera en el rechazo a las tropas galas. La solución a esta patriótica competencia se halla en unas palabras del marqués de Ayerbe, en el sentido de que cualquiera de las provincias de España pudo serlo, pero no es ninguna por serlo todas, ya que se declararon en guerra creyendo ser las primeras en alzarse, y es tan corto el tiempo que medía entre unas y otras, que casi puede decirse que fue al mismo tiempo el movimiento en todas partes. Según afirmaron posteriormente algunos de los protagonistas de los hechos, como Luis de Sosa o Bernardo Escobar, tan inflamado y patriótico panfleto se remitió a la capital del Estado, apareciendo publicado en la Gaceta de Madrid . Al comprobar la gravedad de los sucesos, que podrían contagiarse a otras provincias y ciudades, el general Murat hizo quemar todos los ejemplares donde aparecía dicho parte y la Gaceta se reimprimió una vez suprimida la crónica de la proclamación en León de Fernando VII. La algarada del 24 de abril conmocionó a la capital, cuyos habitantes formaban corrillos en la Plaza Mayor, tradicional espacio público de diversión, de fiesta y de intercambios económicos y culturales, para comentar con creciente pesimismo las noticias que iban llegando por distintos conductos.
Al conocerse lo ocurrido en Madrid el 2 de mayo, inicio oficial del levantamiento español contra las tropas bonapartistas, el revuelo y la consternación popular tomarían forma en una rogativa solemne que tuvo lugar en la Catedral durante tres días seguidos, antes las veneradas reliquias de San Froilán, San Isidoro, San Marcelo y los mártires del monasterio de San Claudio. En las ceremonias, y a decir de un escritor contemporáneo, se respiraba una tristeza de presagio y un aire de aflicción y angustia, prólogo inmediato de la gran calamidad que habría de abatirse sobre esta provincia como una plaga asoladora. Unos y otros hablaban de tomar las armas y marchar a combatir a los malditos gabachos, esos anticristos que renegaban de todo lo que las buenas gentes tenían por sagrado. Y también, cómo no, para vengar a los anónimos héroes masacrados en Madrid:
¡Paredes del verde Prado, murallas del Buen Retiro, cuántas almas inocentes
murieron en vuestro sitio!
Rey y padre El capítulo central de tan famosa jornada tuvo lugar frente al Ayuntamiento capitalino, donde estaba ya prevenida una Guardia de escopeteros y el Decano, que tomó y colocó el retrato en el balcón principal que estaba ya destinado y adornado al efecto, como todos los demás que se colgaron con anticipación, desde cuyo tiempo se pusieron dos centinelas a las esquinas del Dosel, en cuya disposición ha continuado todo el día y aun continuará algunos más, según el fervoroso entusiasmo que muestra este vecindario, el que, sin embargo de las ardientes Demostraciones de Júbilo y Algazara, se ha conducido con un miramiento plausible. Tal ha sido, Señor, el célebre suceso que este Ayuntamiento no ha podido ni ha juzgado que debía ocultar a V.M., no sólo para que vuestra Real bondad tenga la dignación de indultar este exceso generoso a un Pueblo que ama de veras a vuestra Persona, cuanto para que V.M. se entere de los verdaderos sentimientos que animan a los Leoneses en obsequio de Vos mismo que sois Nuestro Rey y seréis Nuestro Padre. El documento municipal acaba con el ofrecimiento de tomar las armas en caso de que don Fernando viera amenazado su trono: Así mismo cree este Ayuntamiento que debe hacer presente a V.M. no haberse podido desentender de formar notas de suscripción, a ruegos de estos mismos Ciudadanos, para el alistamiento de algunos Mozos solteros y aun casados, que voluntariamente (como todos sus compatriotas) se ofrecen a sacrificar sus vidas, en las actuales circunstancias, por la Sagrada Persona de V.M., que este Muy Leal Ayuntamiento pide a Dios conserve perpetuamente para la exaltación de vuestros Reinados . Estos son todos los pormenores de la crónica referida a la memorable jornada del 24 de abril de 1808, punto de partida para los males sin cuento que habrían de afligir a León de forma inminente.
Luis de Sosa y González Mérida Si hablamos de nombres propios, el coronel Luis de Sosa tomó parte muy activa en exaltar al pueblo para que acudiera a la Plaza Mayor y vitorease a Fernando VII, siendo también autor del parte que le encargó el Ayuntamiento narrando los acontecimientos, enviado posteriormente a la Regencia. No se quedó atrás Valentín González Mérida en cuanto a patriotismo, según informa él mismo en una carta fechada en Ponferrada el 26 de noviembre de 1809: Deja a parte el haber sido el primero que irritado al ver la felonía, la negra conspiración que se tramaba contra la augusta persona de nuestro joven y amado monarca en 24 de abril de 1808 (Época en que toda la Nación se hallaba aún sumergiéndose en el horror y abatimiento) tomó las armas despreciando los peligros que por todas partes nos rodeaban y el atroz terrorismo que sofocaba al valor y a la constancia, salió a la Plaza Mayor de la capital fiel de esta desgraciada provincia y con enternecimiento de todas las personas sensibles aunque con burla y desprecio de las infames y malvadas, dio principio al armamento de todas ellas, y tuvo la incomparable satisfacción de proclamar entre sus decididos y armados compatriotas el dulce y seductor nombre de Fernando, de tremolar sus augustos Estandartes, y de jurar la defensa de su sagrada persona, la de sus legítimos e inviolables derechos, y la de nuestra sacro-santa Religión. Tanto uno como otro, Luis de Sola y Valentín González Mérida, tienen sendas calles en la capital bautizadas con sus respectivos nombres, recordando la memoria de aquellos héroes locales. Hasta aquí la narración detallada de lo acontecido en León el 24 de abril de 1808, un levantamiento en defensa de Fernando VII y contra un enemigo declarado como era Manuel Godoy, aunque en ningún caso se trate de una insurrección contra los ejércitos franceses, que ni siquiera habían llegado para entonces a nuestra provincia, ni una proclamación de «independencia» contra el yugo de los invasores. No obstante, y al igual que ocurrió en otros muchos lugares de España, fueron varios los autores que en fechas posteriores imaginaron la hipótesis de que León era pionera en el rechazo a las tropas galas. La solución a esta patriótica competencia se halla en unas palabras del marqués de Ayerbe, en el sentido de que cualquiera de las provincias de España pudo serlo, pero no es ninguna por serlo todas, ya que se declararon en guerra creyendo ser las primeras en alzarse, y es tan corto el tiempo que medía entre unas y otras, que casi puede decirse que fue al mismo tiempo el movimiento en todas partes. Según afirmaron posteriormente algunos de los protagonistas de los hechos, como Luis de Sosa o Bernardo Escobar, tan inflamado y patriótico panfleto se remitió a la capital del Estado, apareciendo publicado en la Gaceta de Madrid . Al comprobar la gravedad de los sucesos, que podrían contagiarse a otras provincias y ciudades, el general Murat hizo quemar todos los ejemplares donde aparecía dicho parte y la Gaceta se reimprimió una vez suprimida la crónica de la proclamación en León de Fernando VII. La algarada del 24 de abril conmocionó a la capital, cuyos habitantes formaban corrillos en la Plaza Mayor, tradicional espacio público de diversión, de fiesta y de intercambios económicos y culturales, para comentar con creciente pesimismo las noticias que iban llegando por distintos conductos.
Al conocerse lo ocurrido en Madrid el 2 de mayo, inicio oficial del levantamiento español contra las tropas bonapartistas, el revuelo y la consternación popular tomarían forma en una rogativa solemne que tuvo lugar en la Catedral durante tres días seguidos, antes las veneradas reliquias de San Froilán, San Isidoro, San Marcelo y los mártires del monasterio de San Claudio. En las ceremonias, y a decir de un escritor contemporáneo, se respiraba una tristeza de presagio y un aire de aflicción y angustia, prólogo inmediato de la gran calamidad que habría de abatirse sobre esta provincia como una plaga asoladora. Unos y otros hablaban de tomar las armas y marchar a combatir a los malditos gabachos, esos anticristos que renegaban de todo lo que las buenas gentes tenían por sagrado. Y también, cómo no, para vengar a los anónimos héroes masacrados en Madrid:
¡Paredes del verde Prado, murallas del Buen Retiro, cuántas almas inocentes
murieron en vuestro sitio!