LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN
Finalizando el mes de mayo de 1808, y una vez se hizo patente que España estaba políticamente inerme, quedó establecida en el Palacio Episcopal la Junta Superior del Reino de León, organismo de carácter patriótico encargado de asumir todos los mecanismos del poder y contener los violentos impulsos de un pueblo decidido a defender su tradicional «manera de ser», forjada a lo largo de milenios
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
La labor de la Junta durante los primeros y frenéticos días resultaría abrumadora: se repararon puertas y murallas, donde quedaron establecidos centinelas y rondas, además de proceder a la requisa de todo tipo de armas. Igualmente se enviaron vigías a Sahagún, Mansilla y otras carreteras, encomendándose su vigilancia, entre otros, a los abades de los frailes Benitos y Franciscanos en San Pedro de Eslonza y Santa María de Sandoval. A efectos económicos, se ordenó la requisa de trigo a los conventos, que también debían entregar su dinero y la plata que no necesitasen para el culto. En el cenobio de San Francisco se estableció un hospital de sangre para futuras contingencias, mientras que en San Marcos y San Isidoro se improvisaron sendos cuarteles. Los preparativos bélicos acrecentaron la sensación de angustia entre los ciudadanos, propiciando un torrente de furor público mencionado por el capitán general Cuesta en un escrito que remite a la Junta Superior: parece conveniente ceder a su fuerza, adoptando medidas y providencias para dirigir su impulso, de manera que sea menos funesto . La llegada de ochocientos hombres armados enviados por la Junta de Asturias alivió un tanto la tensión, pero de todas formas la Junta Suprema de León procedió, a partir del 1 de junio, al alistamiento de los varones que habrían de combatir a los gabachos. En el reglamento enviado a las autoridades locales en la provincia se incluyen requisitos como los siguientes: el padre que tuviera dos hijos útiles para la campaña, podría reservar uno para quedarse en el hogar familiar, aunque se admitirían voluntarios como prueba de su celo y patriotismo; asimismo, los justicias debían requisar y presentar todos los caballos con sus arreos pertenecientes tanto al clero como a los particulares, salvo los que eran propiedad de arrieros o sirvieran en las Paradas de Postas.
Cae Santander Así se lograron reclutar 8.000 hombres, divididos en diez Divisiones de entre 600 y 800 plazas. Durante el proceso de adiestramiento, dirigido por los militares Tomás Sánchez, Josef Antonio Zappino, Josef Baca e Isidoro Casado, se cometieron diversas irregularidades, según constatan testigos como Juan Posse, párroco de San Andrés del Rabanedo: Muy pronto comenzaron a ejercer actos de soberanía, mandando alistar los mozos, indiferentemente, en toda la provincia, sin atender a su talla e hidalguía. Nombraron oficiales a su gusto, sin atender si tenían luces y conocimientos necesarios, colocándolos según sus empleos o amistades . De forma paralela, se procedió a reunir todo el armamento para repartirlo posteriormente entre la tropa. Un proceso que causaría otro problema añadido a la Junta Superior, que ya había incautado en León 2.000 escopetas y 8.000 pistolas. Desde Asturias se enviaron distintos pertrechos de guerra, que fueron recogidos en el puerto de Pajares y traídos en carros a la capital. El pueblo recibió con alborozo a la reata de carruajes, pero al comprobar las municiones se vio que no correspondían con el calibre de las armas que había en León, lo que produjo un nuevo escándalo ante la Casa Consistorial. Tal cúmulo de circunstancias negativas, sumado a los rumores sobre la cercanía de los franceses, hizo que aumentara la desconfianza del pueblo leonés hacia sus autoridades, zanjada en un primer momento con el nombramiento de Manuel Castañón como comandante general y gobernador militar de León, además de organizar una guardia de 120 hombres para el servicio de la Junta. En la tarde del día 6 de junio corrió la especie de que 6.000 franceses se acercaban desde Palencia, algo que resultaría falso, aunque desgraciadamente no lo era la noticia de que las tropas enemigas entraron en Santander el día 23 de junio, novedad difundida por un espía que la Junta tenía apostado en las montañas de Reinosa. El bailío don Antonio Valdés, antiguo secretario de Marina y entonces presidente de la Junta Suprema del Reino de León, ordenó arrestar a Melchor Paniagua, difusor de tan malas nueva, por haber consternado a este pueblo y los demás en su tránsito, por haber esparcido con imprudencia varias noticias sobre las ocurrencias de Santander, que en parte han resultado falsas. Se vivieron jornadas de locura y continuas acusaciones entre unos y otros de antipatriotas y afrancesados, por lo que ni siquiera el propio Valdés, con todo su noble y rancio historial, se libró del recelo y la insidia. Efectivamente, el fiel servidor de Carlos III y Carlos IV había salido desde Madrid acompañando a Fernando VII, pero al llegar a Burgos se negó a continuar camino hacia el exilio de Bayona. Al entrar en la ciudad el 8 de junio, corrieron dañinos rumores sobre su persona, así que se presentó ante la Junta el día 14 diciendo que se sospecha de él en León y espera que la Junta le juzgue en el lugar que le corresponde . Y salió del salón, sin decir nada más. Las autoridades leonesas le dieron cumplida satisfacción, hasta el punto de nombrarlo presidente de la Junta en atención a sus muchos méritos y elevada categoría.
Paz con Inglaterra Todas las miserias y grandezas del fluir humano se hicieron patentes en nuestra atribulada capital, pues en la noche del 1 de julio fue asaltada nuevamente la vivienda de Felipe Sierra Pambley, secretario de la Junta. Pero no todos los recelos eran infundados, pues a estas alturas el general Cuesta seguía diciendo que esas sospechas no pueden caber ni aun en la gente más ignorante y grosera; por consiguiente, si así lo vociferan los leoneses, sólo será pretexto para renovar su insurrección y desórdenes... Los miedos de ese pueblo son bien infundados . Con la intención de restablecer el orden público, la Junta acordó que se devolvieran todas las alhajas y el dinero robado por los revoltosos en distintas viviendas particulares, bajo la advertencia de pasar por las armas a los transgresores. Amenaza que podía ser cumplida gracias a los 200 hombres de caballería del Regimiento de la Reina que se asentaron en la ciudad.
Por otra parte, la Junta de León había establecido relaciones con Gran Bretaña, igual que hizo el Principado de Asturias, con la intención de solicitar un crédito. Pero como oficialmente España estaba en guerra con Inglaterra por exigencias del antes aliado Napoleón, la Junta de León manifestó que esta situación resultaba incompatible con las recíprocas muestras de unión y amistad entre ambos pueblos, decidiendo publicar la paz con dicha nación. El día 10 de julio tuvieron lugar en la Catedral nuevas rogativas por el éxito de los ejércitos españoles y se reiteró el juramento de fidelidad a Fernando VII, que seguía en los altares del culto popular:
Niño, que a los Santos Reyes
de Herodes los liberaste,
haz que salga el rey Fernando
del poder de Malaparte.
Si hablamos de la provincia, donde los preparativos bélicos seguían un ritmo igualmente frenético, en Astorga se improvisó el llamado batallón de Clavijo, así conocido pues su enseña era una antigua bandera de origen medieval perteneciente a los marqueses de Astorga y depositada desde trescientos años atrás en la Casa Consistorial de la capital maragata. Según refiere la tradición, un antepasado de los Osorio había ondeado el estandarte durante la legendaria batalla de la Reconquista. Conocemos por los rigurosos estudios del historiador Arsenio García, uno de los más documentados expertos en el tema de la Guerra de la Independencia, la contundente derrota cosechada por los ejércitos españoles en la batalla de Medina de Rioseco, acontecida el 14 de julio de 1808. Nuestras tropas estaban comandadas por los generales Blake y Cuesta, que poco pudieron hacer ante el potencial de pesadilla que mostraron las unidades galas. Un ejército, en palabras de Miguel Artola, capaz de introducir numerosas novedades organizativas y mejoras en el armamento que lo hacían casi invencible, integrado además por soldados muy motivados desde el punto de vista ideológico. Uno de los testigos presenciales de la acción, el teniente coronel Moscoso, refiere el desconcierto que se produjo entre los bisoños batallones españoles: El gran número de conscriptos que por primera vez veían el fuego enemigo y habían disparado un fúsil¿ se atropellan sobre los veteranos y les arrastran en su confusión. ¡Qué espectáculo! ¡Qué desesperación! Los Oficiales abandonados casi enteramente de sus Compañías vagaban por el Campo, espada en mano, sin poder reunir a su aturdida gente; algunos de ellos vimos perecer de los tiros de sus mismos soldados que disparaban sus fusiles al aire y sin más que la casual dirección; todo al fin era un tumulto al cabo de poco tiempo, y a pesar del valor y firmeza de los Comandantes y Oficiales particulares era ya imposible restablecer el orden y hacerlos volver a sus formaciones.
En Medina de Rioseco se destapó la caldera del diablo para los patriotas españoles, que vieron con pesar como el general Blake abandonaba a Cuesta para retirar sus tropas en dirección a Galicia, mientras el capitán general de Castilla, batido en toda regla, decidía dejar el lugar para dirigirse con las orejas gachas a León. La Junta, asombrada ante la magnitud de la catástrofe, dijo estar dispuesta a todos los sacrificios razonables compatibles con las circunstancias, pero que si los enemigos llegaban a León antes de que Cuesta la socorriera, dejarían libertad al pueblo para que capitulase y se librara así de los horrores del saqueo.
Cae Santander Así se lograron reclutar 8.000 hombres, divididos en diez Divisiones de entre 600 y 800 plazas. Durante el proceso de adiestramiento, dirigido por los militares Tomás Sánchez, Josef Antonio Zappino, Josef Baca e Isidoro Casado, se cometieron diversas irregularidades, según constatan testigos como Juan Posse, párroco de San Andrés del Rabanedo: Muy pronto comenzaron a ejercer actos de soberanía, mandando alistar los mozos, indiferentemente, en toda la provincia, sin atender a su talla e hidalguía. Nombraron oficiales a su gusto, sin atender si tenían luces y conocimientos necesarios, colocándolos según sus empleos o amistades . De forma paralela, se procedió a reunir todo el armamento para repartirlo posteriormente entre la tropa. Un proceso que causaría otro problema añadido a la Junta Superior, que ya había incautado en León 2.000 escopetas y 8.000 pistolas. Desde Asturias se enviaron distintos pertrechos de guerra, que fueron recogidos en el puerto de Pajares y traídos en carros a la capital. El pueblo recibió con alborozo a la reata de carruajes, pero al comprobar las municiones se vio que no correspondían con el calibre de las armas que había en León, lo que produjo un nuevo escándalo ante la Casa Consistorial. Tal cúmulo de circunstancias negativas, sumado a los rumores sobre la cercanía de los franceses, hizo que aumentara la desconfianza del pueblo leonés hacia sus autoridades, zanjada en un primer momento con el nombramiento de Manuel Castañón como comandante general y gobernador militar de León, además de organizar una guardia de 120 hombres para el servicio de la Junta. En la tarde del día 6 de junio corrió la especie de que 6.000 franceses se acercaban desde Palencia, algo que resultaría falso, aunque desgraciadamente no lo era la noticia de que las tropas enemigas entraron en Santander el día 23 de junio, novedad difundida por un espía que la Junta tenía apostado en las montañas de Reinosa. El bailío don Antonio Valdés, antiguo secretario de Marina y entonces presidente de la Junta Suprema del Reino de León, ordenó arrestar a Melchor Paniagua, difusor de tan malas nueva, por haber consternado a este pueblo y los demás en su tránsito, por haber esparcido con imprudencia varias noticias sobre las ocurrencias de Santander, que en parte han resultado falsas. Se vivieron jornadas de locura y continuas acusaciones entre unos y otros de antipatriotas y afrancesados, por lo que ni siquiera el propio Valdés, con todo su noble y rancio historial, se libró del recelo y la insidia. Efectivamente, el fiel servidor de Carlos III y Carlos IV había salido desde Madrid acompañando a Fernando VII, pero al llegar a Burgos se negó a continuar camino hacia el exilio de Bayona. Al entrar en la ciudad el 8 de junio, corrieron dañinos rumores sobre su persona, así que se presentó ante la Junta el día 14 diciendo que se sospecha de él en León y espera que la Junta le juzgue en el lugar que le corresponde . Y salió del salón, sin decir nada más. Las autoridades leonesas le dieron cumplida satisfacción, hasta el punto de nombrarlo presidente de la Junta en atención a sus muchos méritos y elevada categoría.
Paz con Inglaterra Todas las miserias y grandezas del fluir humano se hicieron patentes en nuestra atribulada capital, pues en la noche del 1 de julio fue asaltada nuevamente la vivienda de Felipe Sierra Pambley, secretario de la Junta. Pero no todos los recelos eran infundados, pues a estas alturas el general Cuesta seguía diciendo que esas sospechas no pueden caber ni aun en la gente más ignorante y grosera; por consiguiente, si así lo vociferan los leoneses, sólo será pretexto para renovar su insurrección y desórdenes... Los miedos de ese pueblo son bien infundados . Con la intención de restablecer el orden público, la Junta acordó que se devolvieran todas las alhajas y el dinero robado por los revoltosos en distintas viviendas particulares, bajo la advertencia de pasar por las armas a los transgresores. Amenaza que podía ser cumplida gracias a los 200 hombres de caballería del Regimiento de la Reina que se asentaron en la ciudad.
Por otra parte, la Junta de León había establecido relaciones con Gran Bretaña, igual que hizo el Principado de Asturias, con la intención de solicitar un crédito. Pero como oficialmente España estaba en guerra con Inglaterra por exigencias del antes aliado Napoleón, la Junta de León manifestó que esta situación resultaba incompatible con las recíprocas muestras de unión y amistad entre ambos pueblos, decidiendo publicar la paz con dicha nación. El día 10 de julio tuvieron lugar en la Catedral nuevas rogativas por el éxito de los ejércitos españoles y se reiteró el juramento de fidelidad a Fernando VII, que seguía en los altares del culto popular:
Niño, que a los Santos Reyes
de Herodes los liberaste,
haz que salga el rey Fernando
del poder de Malaparte.
Si hablamos de la provincia, donde los preparativos bélicos seguían un ritmo igualmente frenético, en Astorga se improvisó el llamado batallón de Clavijo, así conocido pues su enseña era una antigua bandera de origen medieval perteneciente a los marqueses de Astorga y depositada desde trescientos años atrás en la Casa Consistorial de la capital maragata. Según refiere la tradición, un antepasado de los Osorio había ondeado el estandarte durante la legendaria batalla de la Reconquista. Conocemos por los rigurosos estudios del historiador Arsenio García, uno de los más documentados expertos en el tema de la Guerra de la Independencia, la contundente derrota cosechada por los ejércitos españoles en la batalla de Medina de Rioseco, acontecida el 14 de julio de 1808. Nuestras tropas estaban comandadas por los generales Blake y Cuesta, que poco pudieron hacer ante el potencial de pesadilla que mostraron las unidades galas. Un ejército, en palabras de Miguel Artola, capaz de introducir numerosas novedades organizativas y mejoras en el armamento que lo hacían casi invencible, integrado además por soldados muy motivados desde el punto de vista ideológico. Uno de los testigos presenciales de la acción, el teniente coronel Moscoso, refiere el desconcierto que se produjo entre los bisoños batallones españoles: El gran número de conscriptos que por primera vez veían el fuego enemigo y habían disparado un fúsil¿ se atropellan sobre los veteranos y les arrastran en su confusión. ¡Qué espectáculo! ¡Qué desesperación! Los Oficiales abandonados casi enteramente de sus Compañías vagaban por el Campo, espada en mano, sin poder reunir a su aturdida gente; algunos de ellos vimos perecer de los tiros de sus mismos soldados que disparaban sus fusiles al aire y sin más que la casual dirección; todo al fin era un tumulto al cabo de poco tiempo, y a pesar del valor y firmeza de los Comandantes y Oficiales particulares era ya imposible restablecer el orden y hacerlos volver a sus formaciones.
En Medina de Rioseco se destapó la caldera del diablo para los patriotas españoles, que vieron con pesar como el general Blake abandonaba a Cuesta para retirar sus tropas en dirección a Galicia, mientras el capitán general de Castilla, batido en toda regla, decidía dejar el lugar para dirigirse con las orejas gachas a León. La Junta, asombrada ante la magnitud de la catástrofe, dijo estar dispuesta a todos los sacrificios razonables compatibles con las circunstancias, pero que si los enemigos llegaban a León antes de que Cuesta la socorriera, dejarían libertad al pueblo para que capitulase y se librara así de los horrores del saqueo.