LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN(17) Guerrilleros en acción: 1808-1813
La situación estratégica de la provincia de León, su orografía montañosa, frontera y paso natural con Galicia y Asturias, fue causa de que la guerrilla tuviera un papel muy importante en nuestras tierras. Desprendiéndose de una roca, brotando del seno de una garganta y aprovechando todos los accidentes de un terreno que ellos conocían palmo a palmo, los ágiles guerrilleros hostigaban día y noche a la retaguardia de los ejércitos imperiales
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
Igual ocurría en todos los pueblos y ciudades, en todas las llanuras y montañas de España. Para estimular al soldado de las tropas regulares y cooperar al esfuerzo común, el pueblo puso a su lado al «ciudadano guerrillero», aquellos hombres audaces, implacables enemigos del usurpador, salidos de la masa del pueblo y ligados a éste por las afecciones de la familia, de la amistad y de la homogeneidad de sentimientos.
Luego, desde el sitio de combate, el ciudadano guerrillero se dirigía al pueblo de su naturaleza, ocultaba las armas en el rincón más oscuro del hogar doméstico, y con la misma mano que acababa de sostener el sable o el fusil, tomaba los aperos rústicos y desempeñaba las faenas agrícolas o de cualquier otro oficio o profesión. Siempre dispuesto, acudía a todos los rebatos (toques de campana), regando alternativamente el suelo de su trabajo con el sudor de su frente y el campo de las lides con la sangre de sus venas. Así fue desde que las tropas francesas entraron en León a principios de julio de 1808, recibidas con enorme hostilidad por el pueblo llano. Durante cinco años a partir del levantamiento acaecido en mayo de 1808 en Madrid, y sobre todo desde la ocupación de la capital leonesa ese mismo verano, las gentes se batieron en luchas sanguinarias, contando con la ayuda de los guerrilleros que operaban por nuestros confines, al igual que ocurría en otros rincones de la península.
El capuchino Su protagonismo resultó decisivo en uno de los hechos más sangrientos ocurridos en nuestra ciudad, el día 7 de junio de 1810. En la colegiata de San Isidoro acampaban más de mil soldados de la 8ª división de dragones. El templo fue expoliado y saqueado. Robaron joyas y profanaron tumbas de reyes, pillajes que ocurrían cada día. Para corregir tales desmanes, leoneses ayudados por guerrilleros venidos de fuera, así como soldados desperdigados de los batallones reales comandados por el Marquesito , conocido guerrillero que actuaba por todo el noroeste de España, penetraron en la ciudad por la zona donde hoy está la calle Arco de Ánimas, plena de sabor antiguo y resonancias sentimentales.
Dragones franceses salieron de San Isidoro a su encuentro. La Plaza Mayor, inmemorial lugar de comercio y largos encuentros, fue el escenario primero de la enconada lucha. La mayoría de los paisanos leoneses perecieron por impacto de las balas, atravesados por sables o pisoteados por los cascos de los caballos de los coraceros. Uno de ellos, según cuenta la entrañable leyenda, se despeñó junto a su montura por las escalerillas de la Plaza Mayor. Los leoneses que sobrevivieron al primer encuentro escaparon en dirección al Corral de San Guisán, en el castizo barrio de Santa Marina. Aquí se produjo la última y más cruel batalla. Murieron casi 70 leoneses y 30 franceses, siendo enterrados todos ellos en el pozo que había en el lugar. Así, a fuerza de heroísmo y sacrificio, el Corral de San Guisán fue convertido en improvisado cementerio. Se ha dicho que a veces el clero formaba parte de la resistencia popular, no sólo por razones de patriotismo, sino en una desesperada acción de retaguardia para defender a ultranza a la Iglesia. En la provincia de León se sabe de las andanzas y actuaciones del guerrillero fray Juan de Deliva, de sobrenombre el Capuchino , y clérigos de la diócesis como Orallo en León, Salvadores en Astorga, y decenas más repartidos por el territorio local. En un libro-novela del año 1871, el escritor Esteban Carro Celada menciona más de cien clérigos guerrilleros.
Reglamento de partidas
Existieron tres tipos de guerrillas. Las lideradas por civiles, propias militares y las que eran comandadas por un clérigo católico. Hasta hubo un «Reglamento de Partidas y Cuadrillas» que estableció la Junta Nacional Central para todas ellas, dictado en diciembre de 1808. Contenía dieciocho artículos y regulaba, en resumen, las contribuciones extraordinarias, requisa de armamento, caballos, alimentos, vestuario, donativos y cualquier otro recurso necesario para sustentar la resistencia y amparar a los guerrilleros. Ante el desarrollo que estaban tomando las partidas lideradas por sacerdotes, el mariscal Bessières dictó un bando con seria advertencia, no para la Iglesia católica en sí, sino dirigido a los religiosos y frailes. Manuel Traggía, con el nombre de fray Manuel de Santo Tomás de Aquino, perteneciente a la orden del Carmen Descalzo, fue uno de los activistas más destacados en la lucha contra Napoleón, según cuenta Pedro Pascual en su obra Curas y frailes guerrilleros en la Guerra de la Independencia . Los franceses, en represalia, causaron daños irreparables en casi todos los conventos que esta orden tenía repartidos por España. Sin embargo, fueron los capuchinos quienes más se distinguieron en la lucha de guerrillas. En cuanto a la postura de los obispos, hubo de todas las tendencias. Los que mostraban cierta complacencia con la situación y los que estaban radicalmente en contra. Por ejemplo, en documentos fidedignos que cita Pascual, el obispo de León fue acusado de abominable conducta política por sus muestras de apego al bando francés. Al obispo de Astorga, Vicente Martínez Jiménez, le costó la sede el haberse insubordinado contra el hermano de Napoleón. Primero le prestó obediencia, luego, arrepentido, se negó a colaborar y vivió escondido en los montes de León. Los golpes más duros contra las órdenes religiosas y la Iglesia en particular se produjeron en 1809, pues José I firmó en Madrid un decreto por el que suprimía todas las órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales existentes en España.
Entre los clérigos guerrilleros más sobresalientes destaca el cura Merino, de nombre Jerónimo Merino, nacido en un pueblo de Burgos en 1769. Cursó estudios en el seminario de esa ciudad. La primera partida que formó tenía sólo veinte hombres. Creció en integrantes y con el tiempo se incluyó en el Regimiento de Infantería de Arlanza y en el Regimiento de Húsares de Burgos. El temido cura Merino fue un auténtico líder, maestro en golpear duro al enemigo. En 1814, Fernando VII le nombró canónigo de Valencia. Duró poco en el puesto, pues luego volvería a empuñar las armas en las guerras carlistas.
Hombres de honor No se comprende la Guerra de la Independencia sin el valor y audacia de los guerrilleros. En nuestra provincia actuaron patriotas como el ya citado Porlier, que hacía sus incursiones en León viniendo desde Asturias. O Atanasio el Manco , cuya base de operaciones estaba en los altos de Oteruelo, capaz de encabezar una partida de treinta jinetes que aparecía por San Francisco o el Parque (donde está hoy el cuartel de la Guardia Civil). El maragato Salvadores, que intervino en el sitio de Astorga, al igual que Julián Sánchez el Charro , combatientes infatigables y agresivos que lucharon bajo el mando de Santocildes, héroe del sitio. Llamazares cita al seminarista Francisco González, perteneciente al batallón «literario», que después del desastre acontecido en la batalla en que intervino, regresó con la bandera a León. La guerrilla de la Independencia, fenómeno social que enlaza con los precedentes de la feroz resistencia al poderío romano y la reconquista contra los árabes, ha dado lugar a múltiples debates. Los puntos de controversia están en la indisciplina y la inhumanidad de los guerrilleros, pero al fin se les reconoce que sin su ayuda hubiera sido difícil vencer a los imperiales. Rara fue la provincia que no tuvo su guerrillero: Juan Martín el Empecinado y Saturnino Albuín de Castro, que lucharon en Guadalajara; Francisco Sánchez, conocido por Francisquete , en la Mancha; Mariano Renovales y Miguel Sarasa, en Aragón; el presbítero Quero, Ayestarán y Logedo, en las provincias de Toledo y Extremadura; Espoz y Mina, en Navarra; Romeu, en Valencia; Juan Clarós y José Manso, en Cataluña; el llamado Médico , en Madrid. Y así hasta cientos y cientos, sin contar los que quedaron olvidados en la ingrata nebulosa del tiempo. La Guerra de la Independencia fue eminentemente nacional. Tomó parte activa en ella el pueblo en masa, levantado como un solo hombre contra el invasor. Mujeres, niños, ancianos, sacerdotes, seglares, ricos, pordioseros, todos animados por un mismo espíritu: arrojar a los franceses, que aunque ganaron muchas batallas, hubieron de abandonar la península dejando tras de sí 300.000 cadáveres. Napoleón reconoció el coraje de los españoles y así lo dio a entender claramente con estas expresivas palabras, recogidas en el Memorial de Santa Elena : Les espagnols en masse se conduisirent conmme en homme d¿honeur.Je n¿ai rien à dire à celà sinon qu¿ils ont trionphè, qu¿ils ont eté cruellement punis¿ ils meritaient mieux. O dicho sea en idioma castellano: Los españoles en grupo se comportaron como hombres de honor. No tengo nada que decir al respecto, salvo que han triunfado, que han sido cruelmente castigados¿ ellos merecieron algo mejor .
Luego, desde el sitio de combate, el ciudadano guerrillero se dirigía al pueblo de su naturaleza, ocultaba las armas en el rincón más oscuro del hogar doméstico, y con la misma mano que acababa de sostener el sable o el fusil, tomaba los aperos rústicos y desempeñaba las faenas agrícolas o de cualquier otro oficio o profesión. Siempre dispuesto, acudía a todos los rebatos (toques de campana), regando alternativamente el suelo de su trabajo con el sudor de su frente y el campo de las lides con la sangre de sus venas. Así fue desde que las tropas francesas entraron en León a principios de julio de 1808, recibidas con enorme hostilidad por el pueblo llano. Durante cinco años a partir del levantamiento acaecido en mayo de 1808 en Madrid, y sobre todo desde la ocupación de la capital leonesa ese mismo verano, las gentes se batieron en luchas sanguinarias, contando con la ayuda de los guerrilleros que operaban por nuestros confines, al igual que ocurría en otros rincones de la península.
El capuchino Su protagonismo resultó decisivo en uno de los hechos más sangrientos ocurridos en nuestra ciudad, el día 7 de junio de 1810. En la colegiata de San Isidoro acampaban más de mil soldados de la 8ª división de dragones. El templo fue expoliado y saqueado. Robaron joyas y profanaron tumbas de reyes, pillajes que ocurrían cada día. Para corregir tales desmanes, leoneses ayudados por guerrilleros venidos de fuera, así como soldados desperdigados de los batallones reales comandados por el Marquesito , conocido guerrillero que actuaba por todo el noroeste de España, penetraron en la ciudad por la zona donde hoy está la calle Arco de Ánimas, plena de sabor antiguo y resonancias sentimentales.
Dragones franceses salieron de San Isidoro a su encuentro. La Plaza Mayor, inmemorial lugar de comercio y largos encuentros, fue el escenario primero de la enconada lucha. La mayoría de los paisanos leoneses perecieron por impacto de las balas, atravesados por sables o pisoteados por los cascos de los caballos de los coraceros. Uno de ellos, según cuenta la entrañable leyenda, se despeñó junto a su montura por las escalerillas de la Plaza Mayor. Los leoneses que sobrevivieron al primer encuentro escaparon en dirección al Corral de San Guisán, en el castizo barrio de Santa Marina. Aquí se produjo la última y más cruel batalla. Murieron casi 70 leoneses y 30 franceses, siendo enterrados todos ellos en el pozo que había en el lugar. Así, a fuerza de heroísmo y sacrificio, el Corral de San Guisán fue convertido en improvisado cementerio. Se ha dicho que a veces el clero formaba parte de la resistencia popular, no sólo por razones de patriotismo, sino en una desesperada acción de retaguardia para defender a ultranza a la Iglesia. En la provincia de León se sabe de las andanzas y actuaciones del guerrillero fray Juan de Deliva, de sobrenombre el Capuchino , y clérigos de la diócesis como Orallo en León, Salvadores en Astorga, y decenas más repartidos por el territorio local. En un libro-novela del año 1871, el escritor Esteban Carro Celada menciona más de cien clérigos guerrilleros.
Reglamento de partidas
Existieron tres tipos de guerrillas. Las lideradas por civiles, propias militares y las que eran comandadas por un clérigo católico. Hasta hubo un «Reglamento de Partidas y Cuadrillas» que estableció la Junta Nacional Central para todas ellas, dictado en diciembre de 1808. Contenía dieciocho artículos y regulaba, en resumen, las contribuciones extraordinarias, requisa de armamento, caballos, alimentos, vestuario, donativos y cualquier otro recurso necesario para sustentar la resistencia y amparar a los guerrilleros. Ante el desarrollo que estaban tomando las partidas lideradas por sacerdotes, el mariscal Bessières dictó un bando con seria advertencia, no para la Iglesia católica en sí, sino dirigido a los religiosos y frailes. Manuel Traggía, con el nombre de fray Manuel de Santo Tomás de Aquino, perteneciente a la orden del Carmen Descalzo, fue uno de los activistas más destacados en la lucha contra Napoleón, según cuenta Pedro Pascual en su obra Curas y frailes guerrilleros en la Guerra de la Independencia . Los franceses, en represalia, causaron daños irreparables en casi todos los conventos que esta orden tenía repartidos por España. Sin embargo, fueron los capuchinos quienes más se distinguieron en la lucha de guerrillas. En cuanto a la postura de los obispos, hubo de todas las tendencias. Los que mostraban cierta complacencia con la situación y los que estaban radicalmente en contra. Por ejemplo, en documentos fidedignos que cita Pascual, el obispo de León fue acusado de abominable conducta política por sus muestras de apego al bando francés. Al obispo de Astorga, Vicente Martínez Jiménez, le costó la sede el haberse insubordinado contra el hermano de Napoleón. Primero le prestó obediencia, luego, arrepentido, se negó a colaborar y vivió escondido en los montes de León. Los golpes más duros contra las órdenes religiosas y la Iglesia en particular se produjeron en 1809, pues José I firmó en Madrid un decreto por el que suprimía todas las órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales existentes en España.
Entre los clérigos guerrilleros más sobresalientes destaca el cura Merino, de nombre Jerónimo Merino, nacido en un pueblo de Burgos en 1769. Cursó estudios en el seminario de esa ciudad. La primera partida que formó tenía sólo veinte hombres. Creció en integrantes y con el tiempo se incluyó en el Regimiento de Infantería de Arlanza y en el Regimiento de Húsares de Burgos. El temido cura Merino fue un auténtico líder, maestro en golpear duro al enemigo. En 1814, Fernando VII le nombró canónigo de Valencia. Duró poco en el puesto, pues luego volvería a empuñar las armas en las guerras carlistas.
Hombres de honor No se comprende la Guerra de la Independencia sin el valor y audacia de los guerrilleros. En nuestra provincia actuaron patriotas como el ya citado Porlier, que hacía sus incursiones en León viniendo desde Asturias. O Atanasio el Manco , cuya base de operaciones estaba en los altos de Oteruelo, capaz de encabezar una partida de treinta jinetes que aparecía por San Francisco o el Parque (donde está hoy el cuartel de la Guardia Civil). El maragato Salvadores, que intervino en el sitio de Astorga, al igual que Julián Sánchez el Charro , combatientes infatigables y agresivos que lucharon bajo el mando de Santocildes, héroe del sitio. Llamazares cita al seminarista Francisco González, perteneciente al batallón «literario», que después del desastre acontecido en la batalla en que intervino, regresó con la bandera a León. La guerrilla de la Independencia, fenómeno social que enlaza con los precedentes de la feroz resistencia al poderío romano y la reconquista contra los árabes, ha dado lugar a múltiples debates. Los puntos de controversia están en la indisciplina y la inhumanidad de los guerrilleros, pero al fin se les reconoce que sin su ayuda hubiera sido difícil vencer a los imperiales. Rara fue la provincia que no tuvo su guerrillero: Juan Martín el Empecinado y Saturnino Albuín de Castro, que lucharon en Guadalajara; Francisco Sánchez, conocido por Francisquete , en la Mancha; Mariano Renovales y Miguel Sarasa, en Aragón; el presbítero Quero, Ayestarán y Logedo, en las provincias de Toledo y Extremadura; Espoz y Mina, en Navarra; Romeu, en Valencia; Juan Clarós y José Manso, en Cataluña; el llamado Médico , en Madrid. Y así hasta cientos y cientos, sin contar los que quedaron olvidados en la ingrata nebulosa del tiempo. La Guerra de la Independencia fue eminentemente nacional. Tomó parte activa en ella el pueblo en masa, levantado como un solo hombre contra el invasor. Mujeres, niños, ancianos, sacerdotes, seglares, ricos, pordioseros, todos animados por un mismo espíritu: arrojar a los franceses, que aunque ganaron muchas batallas, hubieron de abandonar la península dejando tras de sí 300.000 cadáveres. Napoleón reconoció el coraje de los españoles y así lo dio a entender claramente con estas expresivas palabras, recogidas en el Memorial de Santa Elena : Les espagnols en masse se conduisirent conmme en homme d¿honeur.Je n¿ai rien à dire à celà sinon qu¿ils ont trionphè, qu¿ils ont eté cruellement punis¿ ils meritaient mieux. O dicho sea en idioma castellano: Los españoles en grupo se comportaron como hombres de honor. No tengo nada que decir al respecto, salvo que han triunfado, que han sido cruelmente castigados¿ ellos merecieron algo mejor .