Victoria española
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN (19)
Decidido a poner el mundo bajo su mando, Napoleón Bonaparte había diseñado en 1808 una estrategia de altos vuelos para conquistar la Península Ibérica y defenestrar a la corrupta y despreciable dinastía de los Borbones. Las primeras y aplastantes derrotas no doblegaron sin embargo la voluntad de un pueblo que se creía traicionado por los acontecimientos, pero estaba dispuesto a verter hasta la última gota de sangre en defensa de sus modos de vida tradicionales
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
El desarrollo del conflicto acabaría por institucionalizar la barbarie en ambos bandos, tal como evidencian las terribles imágenes nacidas del pincel de Francisco de Goya. Llegada la segunda mitad de 1812, el viento de la fortuna había cambiado sustancialmente para unos y otros. Los ejércitos aliados logaron entrar fugazmente en la capital del Estado después del resonante triunfo en los Arapiles, obligando a José I a exiliarse temporalmente en Valencia. De forma simultánea, los pueblos y ciudades ocupados por los patriotas ratificaban la Constitución liberal promulgada por las Cortes de Cádiz. Las autoridades leonesas juraron acabar el texto constitucional el día 16 de julio, en un solemne acto presidido por el mariscal de campo José María de Santocildes, elevado a la categoría de héroe mítico después de su gloriosa actuación durante el sitio de Astorga. De esta forma se desmontaron las estructuras administrativas del Antiguo Régimen, pues el artículo 309 de las nuevas normas exigía que León, por ser capital de provincia, contase con doce regidores, nominados el día 11 de agosto de 1812. A ellos se sumaron los alcaldes Bernardo Escobar y Manuel Martínez, por entonces médico de la Catedral. Otra reforma prevista incluía el nombramiento de un jefe superior, cargo que recayó en el brigadier José María Cienfuegos, cuyo cometido era establecer en la provincia la Constitución en todas sus partes y en cuanto las circunstancias lo permitan. Su mandato no se inició de la mejor forma posible, pues en un oficio fechado el 16 de septiembre comunicaba a su superior que cierto soldado enfermo había muerto en el portal de una casa sin que nadie le prestase ayuda, mientras que a otro se le administró la Extremaunción en plena calle. Castaños montó en cólera y, en su indignada respuesta, se admiraba de que en un Pueblo Español y mucho más en una Ciudad que contiene dentro de sí una Junta Superior, un Ayuntamiento, varios cabildos eclesiásticos y personas acomodadas, se trate con inusitada crueldad a los que diariamente derraman su sangre para conservarles la tranquilidad y arreglo de sus hogares .
En defensa del honor La misiva de Castaños concluía deplorando una actitud que no puede menos que desdorar a los ojos de la Nación, los timbres que en otros tiempos supieron adquirirse los Leoneses . Sin negar la mayor -la dejación de funciones con respecto a algunos soldados en precaria situación personal-, el jefe Cienfuegos se hizo eco de la furia desatada entre el vecindario ante tan graves imputaciones, remitiendo un nuevo escrito a Francisco Javier Castaños, si bien el tono era completamente distinto: para reparar el concepto que pudieron merecer a Vuestra Excelencia los vecinos de esta Ciudad, no debo ocultarle que, habiéndose dispuesto un petitorio que se verificó por el Gobernador de la Ciudad, un individuo del Ayuntamiento y otro del Cabildo, han encontrado el ánimo de todos ellos tan dispuesto a suministrar ropas y otros varios efectos para socorrer a los militares enfermos. El Ayuntamiento capitalino elevó incluso una protesta a la Regencia del Reino, que en un intento de calmar los ánimos y reparar los fallos que pudieran haberse cometido anteriormente, contestó a las quejas leonesas de la siguiente forma: Convencida de esta verdad, no puede menos de prometerse que, procediendo de común acuerdo las autoridades y movidas por el celo del más exacto y puntual desempeño de sus deberes y del más ardiente deseo del bien general de la Nación, procuren, cada uno por su parte, valerse de cuantos medios están a su alcance para impedir que en casos semejantes se repitan iguales desórdenes e intenten proporcionar todos los posibles alivios a los defensores de la Patria.
Reaparecen los franceses Semejante cruce de reproches y explicaciones quedaría rebajado a simple tormenta en un vaso de agua, una vez que se produjo la nueva y sorprendente reaparición de las tropas francesas. Todas las reformas de Cádiz quedaron suprimidas a partir del 7 de diciembre de 1812, cuando el ejército enemigo ocupó la capital leonesa e impuso, como en otras ocasiones, a sus hombres de confianza: Reyero en el corregimiento y Manuel de Ciarán al frente de la Intendencia de la Provincia. Fue una especie de canto de cisne, ya que la ofensiva llevada a cabo por Wellington tenía todas las trazas de ser definitiva. En el mes de febrero de 1813 se recibió en Madrid la orden de retirada, provocando que José I estableciera su residencia en Valladolid. Los afrancesados leoneses apenas tuvieron tiempo de celebrar la onomástica de su monarca, ya que el día 26 del mismo mes de marzo el Intendente anunciaba la partida: según las intenciones del Excmo. Sr. General en Jefe, debe desalojarse esta plaza y yo, por las circunstancias de una revolución sin principios, desastrosa y caprichosa, tengo que seguir el movimiento de las tropas. Según señala Patrocinio García, curioso cambio de actitud el de Manuel de Ciarán, un hombre que había aprovechado su estrecha relación con los franceses para enriquecerse con las compra de bienes desamortizados. Ante la inminencia de la derrota, Ciarán parece buscar la comprensión y hasta el aprecio de sus convecinos, recomendando por ejemplo a la Municipalidad que mantenga el orden, pues en él reside la autoridad popular y los vecinos tienen derecho a exigir la seguridad de sus personas. Y con respecto al cabildo catedralicio, continúa Ciarán, le pide que ponga especial empeño para evitar todo insulto de los habitantes , además de recomendar de forma muy especial los intereses y cuidados de los niños expósitos.
Pese a la marcha de los franceses en el mes de marzo, sus tropas se acantonaron en Mayorga y Valderas, amenazando la capital mediante frecuentes correrías que llegaban hasta las mismas puertas de León. La plaza estaba defendida por el Regimiento de Caballería de Húsares de la Rioja, al mando del coronel Francisco Salazar, cuya presencia logró mantener a raya a las huestes invasoras. Así fue hasta el 3 de mayo, cuando el general Boyer y sus hombres entraron en la ciudad para apresar, en calidad de rehenes, a varias personas de prestigio, que serían puestas en libertad a cambio de un grupo de militares y patriotas.
Ofensiva final
Las exigencias del general Boyer aumentaron con el paso de las horas, llegando a solicitar 50 bueyes de 300 libras cada uno, 20 camas completas, 24 sábanas finas y una multa de 500.000 reales por haber dado cobijo en la ciudad a distintos enemigos de su causa. El pueblo hizo oídos sordos al chantaje, seguro de que la ofensiva final de un Wellington ebrio de victoria pondría glorioso punto final al conflicto. Las tropas de Boyer siguieron efectivamente al grueso de ejército francés a mediados de junio, saliendo definitivamente del solar provincial. León festejó por todo lo alto el éxito aliado en Vitoria y la toma de San Sebastián, el 31 de agosto. Al recibir tan grata noticia, el Ayuntamiento determinaba colocar el retrato de Fernando VII en la Plaza Mayor, con la seguridad de que el monarca estaba a un paso de recuperar el trono español.
Entre manifestaciones populares rebosantes de un tremendo júbilo, León vibró con la victoria definitiva de las armas españoles en el mes de noviembre, causante de que Napoleón renunciase definitivamente a España tras la firma del tratado de Valencay, el 11 de diciembre de 1813, merced al cual la corona hispana era recuperada por los Borbones en la persona del taimado don Fernando: El valor y la lealtad vencieron a la tiranía y libre España este día gozará felicidad.
Después de cinco años en que la nación había padecido un conflicto de tan brutal magnitud, España se encontraba en una situación calamitosa. Muchas de las ciudades y pueblos estaban prácticamente destruidas, como era el caso de la heroica Astorga, mientras el resto de capitales se hallaban en un estado ruinoso. Los impuestos extraordinarios y los repetidos saqueos acabaron con la incipiente recuperación económica experimentada durante el reinado de Carlos III, llevando al comercio y a la industria a unas cotas mínimas. Pero a pesar de todo ello, España decidió plantar cara a su destino en 1808 y había logrado una imposible victoria en la Guerra de la Independencia, derrotando a los intrusos franceses enemigos de la Religión. ¿Por qué se ganó la guerra? Tanto en el imaginario colectivo como en los lemas políticos posteriores, tiende a olvidarse que la entrada de Inglaterra en la contienda resultaría crucial, al igual que el continuo hostigamiento por parte de los grupos de guerrilleros enfervorizados por la higiene de los ideales. Ambos factores resultaron decisivos a la hora de explicar un triunfo que causó sensación en la vieja y asombrada Europa. Tal como dijo el propio Napoleón Bonaparte: con audacia se puede intentar todo, más no se puede conseguir todo . El resto, ya es historia.
En defensa del honor La misiva de Castaños concluía deplorando una actitud que no puede menos que desdorar a los ojos de la Nación, los timbres que en otros tiempos supieron adquirirse los Leoneses . Sin negar la mayor -la dejación de funciones con respecto a algunos soldados en precaria situación personal-, el jefe Cienfuegos se hizo eco de la furia desatada entre el vecindario ante tan graves imputaciones, remitiendo un nuevo escrito a Francisco Javier Castaños, si bien el tono era completamente distinto: para reparar el concepto que pudieron merecer a Vuestra Excelencia los vecinos de esta Ciudad, no debo ocultarle que, habiéndose dispuesto un petitorio que se verificó por el Gobernador de la Ciudad, un individuo del Ayuntamiento y otro del Cabildo, han encontrado el ánimo de todos ellos tan dispuesto a suministrar ropas y otros varios efectos para socorrer a los militares enfermos. El Ayuntamiento capitalino elevó incluso una protesta a la Regencia del Reino, que en un intento de calmar los ánimos y reparar los fallos que pudieran haberse cometido anteriormente, contestó a las quejas leonesas de la siguiente forma: Convencida de esta verdad, no puede menos de prometerse que, procediendo de común acuerdo las autoridades y movidas por el celo del más exacto y puntual desempeño de sus deberes y del más ardiente deseo del bien general de la Nación, procuren, cada uno por su parte, valerse de cuantos medios están a su alcance para impedir que en casos semejantes se repitan iguales desórdenes e intenten proporcionar todos los posibles alivios a los defensores de la Patria.
Reaparecen los franceses Semejante cruce de reproches y explicaciones quedaría rebajado a simple tormenta en un vaso de agua, una vez que se produjo la nueva y sorprendente reaparición de las tropas francesas. Todas las reformas de Cádiz quedaron suprimidas a partir del 7 de diciembre de 1812, cuando el ejército enemigo ocupó la capital leonesa e impuso, como en otras ocasiones, a sus hombres de confianza: Reyero en el corregimiento y Manuel de Ciarán al frente de la Intendencia de la Provincia. Fue una especie de canto de cisne, ya que la ofensiva llevada a cabo por Wellington tenía todas las trazas de ser definitiva. En el mes de febrero de 1813 se recibió en Madrid la orden de retirada, provocando que José I estableciera su residencia en Valladolid. Los afrancesados leoneses apenas tuvieron tiempo de celebrar la onomástica de su monarca, ya que el día 26 del mismo mes de marzo el Intendente anunciaba la partida: según las intenciones del Excmo. Sr. General en Jefe, debe desalojarse esta plaza y yo, por las circunstancias de una revolución sin principios, desastrosa y caprichosa, tengo que seguir el movimiento de las tropas. Según señala Patrocinio García, curioso cambio de actitud el de Manuel de Ciarán, un hombre que había aprovechado su estrecha relación con los franceses para enriquecerse con las compra de bienes desamortizados. Ante la inminencia de la derrota, Ciarán parece buscar la comprensión y hasta el aprecio de sus convecinos, recomendando por ejemplo a la Municipalidad que mantenga el orden, pues en él reside la autoridad popular y los vecinos tienen derecho a exigir la seguridad de sus personas. Y con respecto al cabildo catedralicio, continúa Ciarán, le pide que ponga especial empeño para evitar todo insulto de los habitantes , además de recomendar de forma muy especial los intereses y cuidados de los niños expósitos.
Pese a la marcha de los franceses en el mes de marzo, sus tropas se acantonaron en Mayorga y Valderas, amenazando la capital mediante frecuentes correrías que llegaban hasta las mismas puertas de León. La plaza estaba defendida por el Regimiento de Caballería de Húsares de la Rioja, al mando del coronel Francisco Salazar, cuya presencia logró mantener a raya a las huestes invasoras. Así fue hasta el 3 de mayo, cuando el general Boyer y sus hombres entraron en la ciudad para apresar, en calidad de rehenes, a varias personas de prestigio, que serían puestas en libertad a cambio de un grupo de militares y patriotas.
Ofensiva final
Las exigencias del general Boyer aumentaron con el paso de las horas, llegando a solicitar 50 bueyes de 300 libras cada uno, 20 camas completas, 24 sábanas finas y una multa de 500.000 reales por haber dado cobijo en la ciudad a distintos enemigos de su causa. El pueblo hizo oídos sordos al chantaje, seguro de que la ofensiva final de un Wellington ebrio de victoria pondría glorioso punto final al conflicto. Las tropas de Boyer siguieron efectivamente al grueso de ejército francés a mediados de junio, saliendo definitivamente del solar provincial. León festejó por todo lo alto el éxito aliado en Vitoria y la toma de San Sebastián, el 31 de agosto. Al recibir tan grata noticia, el Ayuntamiento determinaba colocar el retrato de Fernando VII en la Plaza Mayor, con la seguridad de que el monarca estaba a un paso de recuperar el trono español.
Entre manifestaciones populares rebosantes de un tremendo júbilo, León vibró con la victoria definitiva de las armas españoles en el mes de noviembre, causante de que Napoleón renunciase definitivamente a España tras la firma del tratado de Valencay, el 11 de diciembre de 1813, merced al cual la corona hispana era recuperada por los Borbones en la persona del taimado don Fernando: El valor y la lealtad vencieron a la tiranía y libre España este día gozará felicidad.
Después de cinco años en que la nación había padecido un conflicto de tan brutal magnitud, España se encontraba en una situación calamitosa. Muchas de las ciudades y pueblos estaban prácticamente destruidas, como era el caso de la heroica Astorga, mientras el resto de capitales se hallaban en un estado ruinoso. Los impuestos extraordinarios y los repetidos saqueos acabaron con la incipiente recuperación económica experimentada durante el reinado de Carlos III, llevando al comercio y a la industria a unas cotas mínimas. Pero a pesar de todo ello, España decidió plantar cara a su destino en 1808 y había logrado una imposible victoria en la Guerra de la Independencia, derrotando a los intrusos franceses enemigos de la Religión. ¿Por qué se ganó la guerra? Tanto en el imaginario colectivo como en los lemas políticos posteriores, tiende a olvidarse que la entrada de Inglaterra en la contienda resultaría crucial, al igual que el continuo hostigamiento por parte de los grupos de guerrilleros enfervorizados por la higiene de los ideales. Ambos factores resultaron decisivos a la hora de explicar un triunfo que causó sensación en la vieja y asombrada Europa. Tal como dijo el propio Napoleón Bonaparte: con audacia se puede intentar todo, más no se puede conseguir todo . El resto, ya es historia.