«La Pepa», una Constitución a la española
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN (18)
A comienzos de 1812, y ante el asombro del mundo entero, la España analfabeta, mísera y oprimida seguía plantando cara al todopoderoso y hasta entonces invencible ejército bonapartista. La cosecha de aquel año resultaría un auténtico fiasco, provocando que el hambre hiciera presa en una nación cada vez más debilitada por los efectos devastadores de la guerra
Texto: Javier Tomé y José María Muñiz
Los malos entendidos y desacuerdos llegaron hasta la supuestamente pacífica capital leonesa, pues el comandante Bert, al mando de la plaza, llegaría a ordenar el ingreso en prisión del procurador general, Sancho Antonio Vigil, persona afecta a su causa. También se multiplicaron los problemas a la hora de constituir una nueva corporación municipal, dado que algunos de elegidos alegaron distintas razones para no ocupar sus cargos. Al fin quedó constituido el Ayuntamiento local, cuyos miembros juraron acatar al rey José Bonaparte y cumplir fielmente las obligaciones relativas a sus empleos.
En marzo se celebró con toda solemnidad la onomástica del monarca, que para entonces ya se ocupaba personalmente de los conflictivos asuntos del país. Su hermano Napoleón, harto del desastre en que se había convertido la campaña desarrollada en nuestro país, marchó a Rusia para abrir un nuevo frente en la guerra total que asolaba Europa. Aquel mismo mes de marzo, las Cortes de Cádiz aprobaron la Constitución que se venía redactando desde 1810. Un texto de carácter progresista, basado en buena medida en la Constitución francesa de 1791, que incluía normas tan insólitas como delimitar las atribuciones reales. Conocida popularmente como «La Pepa», pues se sancionó el día de San José, fue rubricada por varios diputados leoneses, presentes en tan trascendental ocasión.
Según estudios de Máximo Cayón Waldaliso, antiguo cronista oficial de León, eran los diputados Miguel Goyanes, Luis González Columbres, Antonio Valcarce, Miguel Alfonso Villagómez, Francisco Santalla en representación de la Junta Superior de León, y Joaquín Díez Caneja, uno de los cuatro secretarios que actuaron en aquel histórico momento. Entre los firmantes también aparece José Casquete, diputado por Extremadura pero en su momento obispo-prior del convento de San Marcos.
Dale que dale
A pesar de la conquista de Valencia por el general Suchet, las tropas galas sufrían un acoso constante de los guerrilleros y su número de efectivos disminuyó considerablemente al ser trasladados a Rusia. Ciudad Rodrigo capituló ante Wellington, que al frente de 50.000 fuerza la conquista de Badajoz antes de dirigirse en el mes de junio hacia Salamanca, que cae igualmente del bando aliado hispano-británico. Haciendo de tripas corazón ante las penalidades cotidianas del día a día, una sensación de euforia comenzaba a dar alas al espíritu nacional, cohesionando a un pueblo que estaba dispuesto a todo con tal de ser rey de su destino:
Dale que dale:
¡Viva Fernando Séptimo
rabie quien rabie!
Ante la amenazadora proximidad de Welington, los franceses evacuaban León en la mañana del 10 de junio para sumarse al grueso de su ejército en Benavente. Con ellos iban las autoridades más comprometidas, cuya suerte había quedado ligada definitivamente a las armas napoleónicas. La liberación se celebró con la acostumbrada misa mayor y un Te-Deum en la Catedral. Apenas se habían apagado los rezos del ceremonial religioso cuando el ejército español entraba en la plaza, siendo reforzado con posterioridad por las unidades de Pablo Mier y el brigadier Pascual Liñán. De inmediato se inició la demolición de las fortificaciones levantadas por los soldados intrusos, además de adoptar medidas que garantizasen el orden y gobierno en la capital. Y todo ello en nombre del rey legítimo don Fernando, que desde su dorado exilio en Francia empezaba a creer en una victoria cada vez más cercana.
Asedio de Astorga
Con la intención de distraer fuerzas al enemigo en el choque que ambos ejércitos saldaron el día 22 julio en los Arapiles, a mediados de junio se iniciaba un nuevo sitio a la capital maragata, pero ahora llevado a cabo por nuestras tropas. El marqués de Portago dispuso el cerco, aunque el mando de las operaciones pasará posteriormente al especialista José María de Santocildes, decidido a recuperar definitivamente la capital que fue testigo de sus primeras glorias militares. Con este fin se colocó una batería frente a Puerta de Rey, a la que se añadiría más tarde otra pieza situada entre el castillo y Puerta Obispo. La situación resultaba muy compleja, pues las huestes enemigas del general Remond habían pertrechado perfectamente la plaza, al derribar el arrabal de Rectivía y cubrir con fosos y empalizadas las puertas del Obispo y del Rey. Una dificultad añadida a la imposibilidad de lanzar bombas y granadas contra un pueblo que albergaba tantos compatriotas.
Santocildes debió abandonar el sitio a mediados de julio, para unirse al ejército de Wellington en tierras salmantinas. No llegaría a tiempo de tomar parte en la victoriosa batalla de los Arapiles, auténtico punto de inflexión en la Guerra de la Independencia, aunque en su hoja de méritos incluyó la participación en la toma de Valladolid. Mientras tanto, Astorga permanecía sitiada y amenazada por una batería de tres cañones, aunque el ritmo de operaciones disminuyó considerablemente con los rigores del verano y la distracción de efectivos para otros objetivos más apremiantes. Finalmente, el general Castaños se presentaba ante la plaza mediado el mes de agosto y por medio de su ayudante, Pascual Enrile, ofreció a Remond una capitulación honrosa que pusiera fin a la enquistada pugna. El gobernador francés aceptó con alivio la propuesta, pasando Astorga a manos españolas después de dos meses de horrorosas privaciones que repercutieron, como era de esperar, en la indefensa población.
León constitucional Las luces de la escena pública se fijaron entonces en la Constitución aprobada por las Cortes de Cádiz, cuya puesta en funcionamiento se iba demorando por muchas y poderosas razones. Así las cosas, y en respuesta al retraso provincial en seguir las nuevas sendas constitucionales, el general Castaños manifestaba en un oficio del 4 de julio de 1812 que la Ciudad de León, que tantas y tan repetidas pruebas a dado de su patriotismo y amor a la independencia nacional, mirará como días los más felices aquellos en que se publique y jure el acto constitucional . Una postura confirmada por el Ayuntamiento capitalino, al responder a Francisco Javier Castaños que estaba de acuerdo con José María de Santocildes para la puesta de largo de la Constitución. El ya reconocido como mariscal de campo de los ejércitos nacionales confirmó desde La Coruña lo dicho por los munícipes locales, aunque afirmó no poder fijar el día en que pasaría a la capital para verificar lo anunciado. Y ruega Santocildes que el municipio ponga los medios oportunos para excitar el espíritu público de estos dignos ciudadanos tan distinguidos en todas ocasiones y acreedores a la mayor consideración. Los ediles leoneses atendieron con presteza la recomendación de Santocildes, y en la sesión municipal del 16 de julio se dio a conocer la inmediata llegada del militar catalán a la ciudad y la necesidad de publicar la Constitución aquella misma tarde y prestarle juramento en la mañana del día siguiente. Según recogió el escribano Félix González Mérida, el acto se realizó con toda la pompa y solemnidad que requería: acudió el Ayuntamiento en pleno, que junto a un piquete de caballería y una compañía de infantería de Tiradores del Rey condujo la Constitución desde las Casas Consistoriales a la Plaza Mayor. Entre los asistentes se hallaba el mariscal Santocildes, acompañado por Pascual Liñán, brigadier de los Reales Ejércitos y gobernador de la plaza, además de la Junta Superior, el intendente y otros caballeros y militares de relieve público. Posteriormente pasaron a la plaza de la Catedral, donde se repitió la publicación, y después la ciudad se retiró a sus Casas del Ayuntamiento . A las ocho de la mañana del siguiente día, 17 de julio, la corporación municipal se dirigió a la Pulchra Leonina portando un ejemplar de la Constitución. Allí esperaba un grupo de oficiales, presididos por Santocildes. Tal como refiere la profesora Patrocinio García, el mariscal se trasladó al altar mayor, al lado de la Epístola, sentándose bajo un dosel en el que estaba colgado un busto del rey Fernando VII. Había delante una mesa cubierta de terciopelo y sobre ella cuatro velas encendidas, un crucifijo, los Santos Evangelios y la Constitución. Todos los miembros de la Junta Superior y del Ayuntamiento fueron pasando ante ella, mientras Santocildes les tomaba juramento. Anteriormente, el militar accedió a la sala capitular y allí recibió el juramento de observar el texto constitucional por parte del presidente del cabildo, que a su vez lo tomó a todos los capitulares. Concluida la ceremonia, ambas corporaciones acompañaron al mariscal de campo hasta la casa-posada donde se alojaba, concertando con Santocildes que el día 19 se presentaría por todo el vecindario el debido juramento a la Constitución que habría de regir la vida local en el futuro. Un momento de gran alegría que contrastaba con todas las pesadumbres del pasado:
A congojas y sustos
han revelado
luminarias, repiques
y otros regalos.
En marzo se celebró con toda solemnidad la onomástica del monarca, que para entonces ya se ocupaba personalmente de los conflictivos asuntos del país. Su hermano Napoleón, harto del desastre en que se había convertido la campaña desarrollada en nuestro país, marchó a Rusia para abrir un nuevo frente en la guerra total que asolaba Europa. Aquel mismo mes de marzo, las Cortes de Cádiz aprobaron la Constitución que se venía redactando desde 1810. Un texto de carácter progresista, basado en buena medida en la Constitución francesa de 1791, que incluía normas tan insólitas como delimitar las atribuciones reales. Conocida popularmente como «La Pepa», pues se sancionó el día de San José, fue rubricada por varios diputados leoneses, presentes en tan trascendental ocasión.
Según estudios de Máximo Cayón Waldaliso, antiguo cronista oficial de León, eran los diputados Miguel Goyanes, Luis González Columbres, Antonio Valcarce, Miguel Alfonso Villagómez, Francisco Santalla en representación de la Junta Superior de León, y Joaquín Díez Caneja, uno de los cuatro secretarios que actuaron en aquel histórico momento. Entre los firmantes también aparece José Casquete, diputado por Extremadura pero en su momento obispo-prior del convento de San Marcos.
Dale que dale
A pesar de la conquista de Valencia por el general Suchet, las tropas galas sufrían un acoso constante de los guerrilleros y su número de efectivos disminuyó considerablemente al ser trasladados a Rusia. Ciudad Rodrigo capituló ante Wellington, que al frente de 50.000 fuerza la conquista de Badajoz antes de dirigirse en el mes de junio hacia Salamanca, que cae igualmente del bando aliado hispano-británico. Haciendo de tripas corazón ante las penalidades cotidianas del día a día, una sensación de euforia comenzaba a dar alas al espíritu nacional, cohesionando a un pueblo que estaba dispuesto a todo con tal de ser rey de su destino:
Dale que dale:
¡Viva Fernando Séptimo
rabie quien rabie!
Ante la amenazadora proximidad de Welington, los franceses evacuaban León en la mañana del 10 de junio para sumarse al grueso de su ejército en Benavente. Con ellos iban las autoridades más comprometidas, cuya suerte había quedado ligada definitivamente a las armas napoleónicas. La liberación se celebró con la acostumbrada misa mayor y un Te-Deum en la Catedral. Apenas se habían apagado los rezos del ceremonial religioso cuando el ejército español entraba en la plaza, siendo reforzado con posterioridad por las unidades de Pablo Mier y el brigadier Pascual Liñán. De inmediato se inició la demolición de las fortificaciones levantadas por los soldados intrusos, además de adoptar medidas que garantizasen el orden y gobierno en la capital. Y todo ello en nombre del rey legítimo don Fernando, que desde su dorado exilio en Francia empezaba a creer en una victoria cada vez más cercana.
Asedio de Astorga
Con la intención de distraer fuerzas al enemigo en el choque que ambos ejércitos saldaron el día 22 julio en los Arapiles, a mediados de junio se iniciaba un nuevo sitio a la capital maragata, pero ahora llevado a cabo por nuestras tropas. El marqués de Portago dispuso el cerco, aunque el mando de las operaciones pasará posteriormente al especialista José María de Santocildes, decidido a recuperar definitivamente la capital que fue testigo de sus primeras glorias militares. Con este fin se colocó una batería frente a Puerta de Rey, a la que se añadiría más tarde otra pieza situada entre el castillo y Puerta Obispo. La situación resultaba muy compleja, pues las huestes enemigas del general Remond habían pertrechado perfectamente la plaza, al derribar el arrabal de Rectivía y cubrir con fosos y empalizadas las puertas del Obispo y del Rey. Una dificultad añadida a la imposibilidad de lanzar bombas y granadas contra un pueblo que albergaba tantos compatriotas.
Santocildes debió abandonar el sitio a mediados de julio, para unirse al ejército de Wellington en tierras salmantinas. No llegaría a tiempo de tomar parte en la victoriosa batalla de los Arapiles, auténtico punto de inflexión en la Guerra de la Independencia, aunque en su hoja de méritos incluyó la participación en la toma de Valladolid. Mientras tanto, Astorga permanecía sitiada y amenazada por una batería de tres cañones, aunque el ritmo de operaciones disminuyó considerablemente con los rigores del verano y la distracción de efectivos para otros objetivos más apremiantes. Finalmente, el general Castaños se presentaba ante la plaza mediado el mes de agosto y por medio de su ayudante, Pascual Enrile, ofreció a Remond una capitulación honrosa que pusiera fin a la enquistada pugna. El gobernador francés aceptó con alivio la propuesta, pasando Astorga a manos españolas después de dos meses de horrorosas privaciones que repercutieron, como era de esperar, en la indefensa población.
León constitucional Las luces de la escena pública se fijaron entonces en la Constitución aprobada por las Cortes de Cádiz, cuya puesta en funcionamiento se iba demorando por muchas y poderosas razones. Así las cosas, y en respuesta al retraso provincial en seguir las nuevas sendas constitucionales, el general Castaños manifestaba en un oficio del 4 de julio de 1812 que la Ciudad de León, que tantas y tan repetidas pruebas a dado de su patriotismo y amor a la independencia nacional, mirará como días los más felices aquellos en que se publique y jure el acto constitucional . Una postura confirmada por el Ayuntamiento capitalino, al responder a Francisco Javier Castaños que estaba de acuerdo con José María de Santocildes para la puesta de largo de la Constitución. El ya reconocido como mariscal de campo de los ejércitos nacionales confirmó desde La Coruña lo dicho por los munícipes locales, aunque afirmó no poder fijar el día en que pasaría a la capital para verificar lo anunciado. Y ruega Santocildes que el municipio ponga los medios oportunos para excitar el espíritu público de estos dignos ciudadanos tan distinguidos en todas ocasiones y acreedores a la mayor consideración. Los ediles leoneses atendieron con presteza la recomendación de Santocildes, y en la sesión municipal del 16 de julio se dio a conocer la inmediata llegada del militar catalán a la ciudad y la necesidad de publicar la Constitución aquella misma tarde y prestarle juramento en la mañana del día siguiente. Según recogió el escribano Félix González Mérida, el acto se realizó con toda la pompa y solemnidad que requería: acudió el Ayuntamiento en pleno, que junto a un piquete de caballería y una compañía de infantería de Tiradores del Rey condujo la Constitución desde las Casas Consistoriales a la Plaza Mayor. Entre los asistentes se hallaba el mariscal Santocildes, acompañado por Pascual Liñán, brigadier de los Reales Ejércitos y gobernador de la plaza, además de la Junta Superior, el intendente y otros caballeros y militares de relieve público. Posteriormente pasaron a la plaza de la Catedral, donde se repitió la publicación, y después la ciudad se retiró a sus Casas del Ayuntamiento . A las ocho de la mañana del siguiente día, 17 de julio, la corporación municipal se dirigió a la Pulchra Leonina portando un ejemplar de la Constitución. Allí esperaba un grupo de oficiales, presididos por Santocildes. Tal como refiere la profesora Patrocinio García, el mariscal se trasladó al altar mayor, al lado de la Epístola, sentándose bajo un dosel en el que estaba colgado un busto del rey Fernando VII. Había delante una mesa cubierta de terciopelo y sobre ella cuatro velas encendidas, un crucifijo, los Santos Evangelios y la Constitución. Todos los miembros de la Junta Superior y del Ayuntamiento fueron pasando ante ella, mientras Santocildes les tomaba juramento. Anteriormente, el militar accedió a la sala capitular y allí recibió el juramento de observar el texto constitucional por parte del presidente del cabildo, que a su vez lo tomó a todos los capitulares. Concluida la ceremonia, ambas corporaciones acompañaron al mariscal de campo hasta la casa-posada donde se alojaba, concertando con Santocildes que el día 19 se presentaría por todo el vecindario el debido juramento a la Constitución que habría de regir la vida local en el futuro. Un momento de gran alegría que contrastaba con todas las pesadumbres del pasado:
A congojas y sustos
han revelado
luminarias, repiques
y otros regalos.