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s2t2 -(15) El Corral de San Guisán

El Corral de San Guisán
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN (15)
Corría el año 1810 y España estaba sumida en un naufragio general de ideales y sentimientos, mientras proseguía la guerra sin cuartel entre patriotas y franceses. Desde que en el mes de diciembre anterior el general Ferry se estableció con sus tropas en León, la ciudad había contemplado el regreso de las autoridades impuestas por los invasores. Reyero era nuevamente corregidor y Nicolás Javier Suárez fue nombrado alcalde mayor, ocupándose de las funciones jurídicas del Ayuntamiento
FirmaTexto: Javier Tomé y José María Muñiz

Durante el mes de enero volvió Manuel de Ciarán, mostrándose muy satisfecho por haber encontrado tranquilidad y buena armonía entre la Guarnición y el Pueblo. En estas circunstancias, en que el delirio va pasando y la razón recobra sus derechos, me ha parecido que convenía hablar al Pueblo . Así lo hizo por medio de una rotunda proclama, en la que intentaba demostrar la superioridad de las armas francesas sobre las inglesas y españolas. La supuesta balsa de aceite que era León a comienzos de 1810, donde al parecer imperaba el buen espíritu público del que habla Ciarán, ocultaba en su interior un proceloso mar de fondo. Uno de los principales motivos de queja entre los vecinos se refería a motivos económicos, pues mientras Junot estrechaba el cerco de Astorga impuso a León una contribución de dos millones y medio de reales, encargando a su ejército que cumpliese la orden con la mayor diligencia. Otras decisiones burocráticas y administrativas causaron hondo malestar entre nuestros tatarabuelos, como fue instituir una nueva división de España en prefecturas, adoptada el 17 de abril de 1810. De esta forma, en Astorga se estableció la Prefectura de León, mientras que la capital quedaba relegada a simple Subprefectura, dependiente de aquélla. El Ayuntamiento protestó enérgicamente por semejante medida, remitiendo escritos a José Bonaparte en los que se exaltaba la bella proporción de la ciudad, su localización y el timbre y honorífico concepto que ha tenido siempre en el registro de la Historia. Y ello por no hablar de las cinco importantes ferias que se celebraban en un lugar que era, en opinión de los regidores, espejo de valores antiguos.

A robar gallinas

Tampoco ayudaba a la concordia la caída de Astorga en poder de los franceses, hecho acontecido en el mismo mes de abril, o los sucesivos despojos efectuados en los más señeros establecimientos religiosos de la capital. El convento de los Descalzos y el de San Isidoro, transformados por los intrusos en cuarteles militares, sufrieron numerosas tropelías y profanaciones por parte de la soldadesca. Un pillaje de tintes blasfemos que hacía afilar el cuchillo de la venganza entre los leoneses e inspiraba burlonas reflexiones sobre los auténticos motivos e intereses galos: ¿Los franceses a España, a que han venido?

A comer las gallinas y a beber vino. En esta tensa tesitura, el general Nicolás Mahy, jefe del Ejército de la Izquierda, decide contestar de algún modo la conquista de Astorga y alarmar a los Enemigos , así como introducir grano en una provincia azotada por los estragos de la penuria. El plan consistía en un ataque contra la capital llevado a cabo con un empuje de lo más vivo , cuyas posibilidades de éxito se cifraban en un 90%. Así las cosas, el día 6 de junio se reunieron en Otero de las Dueñas tropas del Regimiento de Castilla mandadas por Francisco de Hevia y el Batallón de Rivero. Mientras tanto, los gabachos se creían seguros y a salvo en León, según asegura en un parte el gobernador de la plaza al general Lauburdiel, gobernador provincial. No era para menos, en vista del poderoso contingente militar establecido en la ciudad, en el que se incluía un buen número de efectivos pertenecientes al Regimiento Suizo que formaba parte del ejército bonapartista.

Las fuerzas españolas se pusieron en marcha con las sombras de la noche, y a eso de la una de la madrugada parte del Regimiento de Castilla ya se encontraba en el puente de San Marcos, aunque hubo de esperar varias horas para que el resto de la compañía se uniera a ellos y pudieran atacar en conjunto. Y así ocurrió, rompiendo varias puertas y entrando en León precedidos por el estruendo de la fusilería. El objetivo primordial consistía en tomar las calles que miran a San Isidoro, donde se creía estaban recluidos la totalidad de los franceses, pero los nuestros se encontraron con la desagradable sorpresa de ver repartidos a los enemigos por diferentes casas y puntos, aparte de ser muchos más de los trescientos cincuenta soldados que se estimaban.

Épica callejera La guarnición gala pronto se rehizo de la sorpresa y cargó contra los patriotas, rompiéndose el fuego en todas partes. Siguiendo al pie de la letra una lógica de exterminio, cargaron a caballo contra la guerrilla, que marchó en dirección al centro de la población. El sórdido cuerpo a cuerpo se generalizó en torno a la parroquia de San Martín, con los españoles disparando a la infantería enemiga desde la calle Plegaria y la calle Nueva. La lucha se hizo aún más enconada en la Plaza Mayor, en la cual muchos de los nuestros fueron acribillados a balazos frente a la Casa Consistorial, mientras gritaban ¡Viva España! ¡A vencer o morir! Los pocos supervivientes, reforzados por algunos paisanos de las barriadas de Mercado y Santa Marina que se sumaron a la refriega, escaparon a la carrera hacia el que habría de ser su último baluarte: el Corral de San Guisán.

Escenario con mucho de libresco, se trataba entonces al igual que ahora de uno de los rincones más íntimos de la ciudad, elegido por los leoneses para erigir en el siglo XII una capilla dedicada a San Crisanto, muy relacionada con el nobiliario linaje de los marqueses de San Isidro. Allí se pertrecharon los patriotas y resistieron los sucesivos embates del enemigo, provocando una mezcolanza horrible y sangrienta de cuerpos tirados de cualquier manera. El combate se saldó con la derrota de los nuestros, mártires en aquella desigual epopeya por la independencia. Hasta el cielo estaba de luto a las once de la mañana, cuando los tiros cesaron y los españoles que seguían con vida escaparon hacia Otero de las Dueñas.

Luto y gloria

Una jornada, la del 7 de junio de 1810, de luto y gloria, así versificada en 1910 por Daniel Calvo:

Malditos en vida y muerte

sean siempre los que hicieron

correr la sangre bendita,

por su ambición, de dos pueblos:

el bravo pueblo francés y el valiente pueblo íbero.

Aunque las diversas fuentes no acaban de ponerse de acuerdo acerca de los muertos y heridos que produjo la trágica colisión vivida en nuestra ciudad, no cabe duda de que las bajas fueron elevadas en ambos bandos. Francisco Hevia cifra las de los franceses en 190, incluyendo un comandante que era hermano del gobernador Lauburdiel, mientras que la guerrilla también sufrió numerosa pérdida, padecida especialmente en los episodios de la Plaza Mayor y el Corral de San Guisán. Fue, en definitiva, una lucha desesperada por la supervivencia individual y moral del afligido pueblo leonés.