X FECHAS

ENLACES


+ vistas

varios

VARIOS


Contador Gratis
relojes para blogger html clock for websites contador de usuarios online
PULSAR   1  de arriba para cerrar pestaña

Ángel Rodríguez "Mascarón"


Ángel Rodríguez "Mascarón"

Por Felipe Martínez Álvarez.
Actualizado el 02/02/2009 a las 00:42(CET)

Ángel Rodríguez, más conocido por el sobrenombre de “Mascarón”, fue un personaje, otrora inexcusable, en el paraje físico y entorno del Puente Boeza.

Naturales él y Elvira, su mujer, del cercano barrio de Otero, llegaron a crear todo un entorno humano, así como un emporio de propiedades urbanas y rústicas, que difícilmente podrían relatarse sin tener a Ángel como referente, así como a su peculiar sentido de la escenografía, su concepto de la cercanía, de la comunicación y de la familiaridad.

Ángel, como otros hombres de negocios, se percata de que hay cosas que no forman parte del consumo porque nadie, hasta el momento, las ofrece y que de otras no resulta difícil ampliar su demanda y consumo.

Desde lejanos tiempos, ricos y pobres consumen a diario no sólamente vino sino también aguardiente de orujo, la “parva”, que con un poco de pan, es el primer tentempié de los tiempos fastos y nefastos, de ocio y negocio. El café con aguardiente de orujo, a la hora de la “partida“ de cartas, resulta imprescindible. El  aguardiente -popularmente “orujo”- con café da lugar a una estimulante y estimada bebida conocida como “licor-café”. El “orujo” de hierbas aromáticas, de cereza francesa, guindas garrafas, nueces, arándanos, moras, miel…constituyen, según el decir popular, ”un eficaz medicamento para todas las dolencias intestinales y otras muchas”.

Los viticultores de Los Barrios, San Lorenzo, San Esteban, Campo, Priaranza… no desconocen el valor de los hollejos de la uva, deficientemente prensada en los lagares, ni de las “madres” -así como las borras y lías- que sirven en la fermentación del mosto y dan cuerpo al vino, que son ahí presentes a la hora del trasiego del vino y que nuestro protagonista puede adquirir en un módico precio o por trueque en aguardiente, si bien en el cómputo habrá que descontar las mermas, la inevitable equivocación en la suma de los cestos de orujo siempre bien colmados y prensados .

Ángel sabe que es mucha la materia primera, pocos los elaboradores y considerable la demanda. Hacer un alambique o fábrica de aguardiente no resulta complicado. Unos pilos para almacenar convenientemente el orujo. Un hogar para quemar el carbón de islán que permitirá obtener el fuego y temperatura adecuada. Una caldera de cobre en la que se pueden depositar cinco o seis cestos de orujo, un ente, un puente y un serpentín, todo ello abastecido, de forma permanente, con agua corriente y fresca que posibilita la condensación y la obtención del deseado licor. Por otra parte, el personal que ha de servir la “fábrica de aguardiente” no requiere de un largo ni difícil aprendizaje, ni tampoco resulta laborioso encontrar el personal entre parados y personas, no muy activas o desganadas que, por unas pesetas y comida asegurada, se presten a servir estas labores.

Ángel confeccionará el menú diario, así como el cálculo de  las raciones de los operarios, a base de: sopas, sardinas, pimientos, patatas, tocino, espinazo y costilla de cerdo, menudos de cerdo y vacuno que adquiere en el cercano matadero municipal y que, por cierto, son muy apreciados en la gastronomía de la época. Ángel “considera que la comida ha de ser, casi siempre, frugal, pues los excesos en la comida fatigan el cuerpo y embotan la mente”. Del resto de las labores culinarias se ocupará la infatigable Elvira.

La fabricación del aguardiente de orujo permitirá a nuestro protagonista la obtención de un excedente que invertirá en la adquisición de un importante patrimonio de bienes rústicos y urbanos y que, sobre todo, le permiten disponer de más tiempo libre para aquello que le resultaba más placentero: la conversación, puesto que la vida necesita del encuentro, del tiempo de ocio, de saber perder el tiempo y la escenografía, que tanto complacían a nuestro personaje, como aquellas gratificantes versificaciones populares: ”Me llamaste labradora creyendo que era bajeza, pero me pusiste un ramo de los pies a la cabeza”. ”Aunque vives al rincón, no vives arrinconada, que de los rincones salen las flores más agraciadas”. ”Muchas tierras he recorrido desde Urbia a Argel, y no he visto cosas tan bellas como desde el Pajariel”. (…) De ahí proviene, posiblemente, el sobrenombre de “Mascarón”. No resulta extraño que fuera el primer pregonero que, a raíz de las elecciones del 14 de abril de 1931, gritara por el Espolón y calle del Reloj, cual heraldo con voz tonante: ¡Vivaaa la Repúblicaaa!

Ángel -de baja estatura, anchas espaldas, vientre grávido, cabeza escasamente poblada y siempre cubierta por una amplia boina- toma asiento, delante de su casa, sobre una formidable piedra. Por delante pasan toda suerte de personas, que Ángel identifica perfectamente por su nombre o mote, del Valle del Oza, San Cristóbal, Los Barrios, San Lorenzo, Ozuela…, que van o vuelven del mercado, de la feria, en caballerías los menos y a pie los más; mujeres que, con un enorme balde en la cabeza y un cajón bajo el brazo, han de ir a lavar la ropa en el Revolvedero, los vecinos de Villar o Salas con sus burros cargados de carbón de islán o la patética estampa -no inusual- del vecino de Valdecañada que regresa con un ataúd sobre el caballo para su convecino  que falleció de pulmonía. Todo discurre sin prisa, no suele  apremiar el tiempo, por lo que siempre cabe un alto para la conversación, para dejar o recibir un recado, hacer una pregunta, o la chanza sobre asuntos que a Ángel interesa trivializar. Sabe el lenguaje, la broma, la jerga y el tono que ha de emplear en cada caso. Se informa por dos vecinas de San Adrián del precio de la docena de huevos y de la arroba de patatas. ¿A cómo los vendiste?: A dos reales menos perrina. Yo, dice Ángela, a dos reales y perrona. Yo, dice Andrea, a quince reales y perrona la arroba.

No es Ángel un hombre precisamente afecto a la Iglesia, pero ello no le impide tener amigables conversaciones con D. Emilio, Capellán de la Fundación Carral (“Las Carralas”) de Villar de los Barrios. D. Emilio, hombre de espléndida consistencia ósea, vestido con una sotana y tejo descoloridos, pues ha recorrer con sol, lluvia o cierzo los muchos pueblos de la parroquia, responde a Mascarón, sin bajarse del caballo, sobre el casamiento de aquella pareja que presionó al Sr. Obispo hasta conseguir su licencia, aunque sin el consentimiento paternal (tenía fama, D .Emilio, de ser un cura de conciencia un tanto laxa en cuanto a la aplicación del Derecho Canónico se refiere), acerca de sus 250 canarios y, sotto voce, que no sabe nada -para decírselo-sobre los “escapados”.

A pocos metros de su casa se encuentra el fielato, en la que había sido ermita de San Roque, y que atiende un agente de consumos o arbitrios municipales. Advierte Ángel que alguien pretende cruzar el río, a la altura del Revolvedero, con un cordero ya desollado para entregar, posiblemente, a D. Tono, a fin de que recomiende a su hijo para comenzar a trabajar en la Minero Siderúrgica. Distrae al agente con una de sus jocosas conversaciones evitando que persiga al burlador de las ordenanzas y tasas municipales, así como que el cordero sea “decomisado en favor del Hospital o de los pobres”. En otra ocasión, observa -con risas y lágrimas de risa- la suerte de Constantino que, tratando de evitar la tarifa que han de pagar los huevos que pasan a la ciudad, oculta éstos bajo el cucurucho del sombrero de paja que cubre su cabeza, y algún otro en la faltriquera, pero el avispado agente saludará efusivamente a Constantino haciendo que se rompan los huevos y…

Perfecto, curioso y extravagante personaje, confraterniza frecuentemente con Mascarón, dejándole perplejo por su insólita forma de alimentarse así como por las narraciones  de acontecimientos ciertamente verídicos. Perfecto degusta parsimoniosamente, a cualquier hora del día y sin asomo de asco, el hígado o riñones crudos, el salado unto, eso sí, cortados con la inevitable navaja y adobados con un poco de pan y un jarro de vino peleón. Pregunta, siempre y con toda naturalidad, si gustas. Le refiere que, como padrino no demandado en los bautizos, gustaba de echar en rebatiña almendras garrapiñadas bien sobadas en guindillas, o aquella ocasión en que un descuido de la cocinera, le permitió dejar como una pecina la comida preparada con tanto esmero para los invitados a la boda. Que, en otra ocasión, persuadió a los recién llegados a aquella pensión de Rioscuro sobre la conveniencia de hacer sus necesidades en las artesas dispuestas para el mondongo, ”pues ésta era la costumbre de la pensión y de Laciana” . De cuando hubo de comer tres crías -vivas- de gorrión porque no le dejaban echar la siesta. Esta suerte de cosas y otras muchas, resultaban ser, para Perfecto y, en parte, a Ángel, sabrosas y jocosas ocurrencias.

El agente de consumos le confesó, en más de una ocasión, que el hambre, las inconsolables y reiteradas hambres, le llevaron a degustar, con harta frecuencia, las sobras o parte de la merienda (algún trozo de jamón, chorizo, bien chicharrro en escabeche o cocido) que dejaran los estudiantes en sus fiambreras, sugiriéndoles luego que su falta debía ser cosa del hambre y astucia de los ratones. Era frecuente que estudiantes de los pueblos de alrededor calentasen su merienda en la estufa o chambomba del agente de arbitrios, así como su consumo en el mismo fielato.

Mascarón, hombre de carácter y conducta abiertos, se servirá de los mismos para reducir distancias entre las personas, prestigiar el tiempo perdido del tedio o la volatilidad de la prisa ,amueblándolos con la palabra festiva, lúdica, histriónica, tan necesarias en tiempos y lugares.

Al otro lado del Puente Boeza, cual las dos caras del dios Jano, nos encontraremos con otro buen amigo, el Sr. .Ramón “el Brujo”.