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Y porque así aconteció, así os parezca (IV)






De cómo D. José Moreda Benito, Presbítero y Cura de la

Parroquial de San Pedro de Dehesas, vino a ser víctima de una estafa.

Felipe Martínez Álvarez

D. José Moreda Benito, recién ordenado Presbítero, fue destinado a la Parroquial de San Pedro de Dehesas. A la hora de la tempranera y diaria Misa parroquial , en el momento en que el oficiante ,después del Ofertorio, y de cara al pueblo dice: orate frates, se apercibió de la presencia de una desconocida mujer entre la habitual feligresía .

Terminada la Misa y luego, según costumbre, de dar gracias a Dios por haber podido celebrar el tan excelso misterio de la Eucaristía, caló , según mandan los cánones, el bonete de cuatro picos, a la vez que de nuevo se dirigió a la Sacristía. Allí fue abordado por una mujer de mediana edad ,de profundas ojeras y síntomas de haber llorado mucho, que decía llamarse
Josefa García , vecina de San Esteban de Valdueza, y portadora de una Carta remitida por Dª Josefa, a la sazón ama de llaves del Sr. Cura de San Esteban de Valdueza. En dicha carta , Dª Josefa, por indicación del Sr. Cura de San Esteban, enviaba al Sr. Cura de Dehesas recuerdos y saludos, a la vez que solicitaba al Sr. Cura atendiera y socorriera a aquella mujer
con la cantidad de 100 reales , para así poder remediar las urgencias que en la Carta se expresaban.

Pero aquella mujer que decía llamarse Josefa García no era sino Estefanía Núñez, vecina de Lombillo de los Barrios. Entre D. Antonio Rodríguez de Albares, hijodalgo -de clara sangre- venido a menos, también vecino de Lombillo y Estefanía Núñez, viuda, habían urdido la forma y contenidos de aquella misiva, basándose en la bisoñez del Sr. Cura- porque estaba al alcance de cualquiera saber que tanto el alcalde ,el tabernero, el médico como el confesor habrían de ser preferentemente
gentes experimentadas- , a la vez que disponían de una buena información y era que, por aquellos días, el Sr. Cura de Dehesas habría recibido los réditos de los tres censos del Curato.

Estefanía estaba pasando por una mala racha. Mantenía con D. Antonio, su mentor y convecino, largas pláticas acerca de los infortunios de la vida, conviniendo con él que no es posible sobrevivir con el solo olor de los alimentos y menos aún mear fuerte , claro y cagar duro- inequívocos síntomas de salud física y mental - pues ,según los físicos, es muy improbable una mens sana in corpore empuchicao , siendo, para todo ello,
menester los todopoderosos dineros a los que las gentes de todos los tiempos deben rendir pleitesía. Era claro que una mujer, en especial si era una viuda, estaba sobrada de razón para estar angustiada, pues si se había de mantener con la aguja, entonces no tendría para pan y agua, si, por el contrario, los dineros los había de ganar con su cuerpo, entonces perdería su alma , pero si los había de pedir, hácele vergüenza y , en no queriendo pagar las deudas, llévanla ante la justicia.

Si uno desea escapar de la sórdida vida cotidiana y no vienen en su auxilio los dineros, siéntese obligado a hacer hasta aquellas cosas que uno no quisiera.

D. Antonio, un hombre curtido en mil batallas, así como leído en las complicadas cosas de la vida y la hacienda, tenía largas academias con Estefanía Núñez acerca del poderoso vigor del dinero que hasta podía arrancar árboles de cuajo.

El dinero, decía D. Antonio, tiene un carácter inestable , tornadizo y, a pesar de que los humanos andan siempre solícitos en que el tal señor tome posada en las estancias de sus palacios y hasta en las sórdidas chozas de los humildes, negándose a las vanas expectativas de éstos, pues labriegos y villanos creen que la enojosa vergüenza es la virtud de las virtudes, que permite distinguir entre el bien y el mal y, por ello, no saben sino invertir los dineros en responsos y demás sufragios pensando que así pueden abreviar la estancia de las almas en el Purgatorio. Creen, además, que las cosas espirituales son más nobles y excelentes que las corruptibles y corporales, pero comen y beben, hasta hartarse, cosas tan vulgares como el pan mediado, el vino aguado y el aguardiente de la taberna.

Estefanía Núñez, a fuerza de repetírselo su mentor, llegó a aprender de corrido aquellos versos del Arcipreste de Hita: “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar, al torpe hace discreto y hombre de respeto, hace correr al cojo, al mudo hace hablar, y el que no tiene manos, bien lo quiere tomar.”

El mundo construido por los humanos, enseñaba D. Antonio a
Estefanía, era como era: una inmensa trapacería, un homenaje a la mentira, la embajada de los malos y el verdugo de los buenos, la sima de los vicios y el tirano de las virtudes, el amigo de la guerra y la hiel de los virtuosos, el sepulcro de ignorantes, la aduana de la glotonería y el horno de la concupiscencia.

Como el mundo tenía tan larga experiencia de siglos, había hecho honras para el presuntuoso, manjares para el goloso, riquezas para el avaro, carnalidades para el lujurioso y negocios para el bullicioso y, una vez que a todos los tenía bien cebados, echaba sobre ellos la red de todos los vicios disfrazados de virtudes.

Que nadie, a no ser que sea fatuo, espere obtener el justo beneficio de su trabajo, pues en la carrera de la vida, como al término de los dedos, todo es uña y carne. Cada uno va a sus cosas y placeres que los demás pueden dificultar y que, aunque perecederos y adquiridos o vendidos por dinero, no deben dejarse escapar.

Era claro que en las cosas de dinero no cabían amistades, porque aún tratándose de “dineros y entre amigos, lo mejor sería un escribano y dos testigos”. En consecuencia, decía D. Antonio, sin los dineros sería tan imposible vivir, como lo sería correr sin echar los codos hacia atrás o tratar de matar mosquitos con la espada, bien a pesar de aquella grave consideración que decía ¿para qué, so necio, necesitas el dinero si lo has de dejar todo y, por tanto, morir pobre y enterrado de misericordia?

Cierto era que para un cristiano viejo era mucha verdad aquella de:
perdido es quien tras perdidos anda, porque el tiempo efímero del más acá y de los dineros, habrían de estar abiertos siempre al eterno del más allá , en el recto camino y siempre con cuidado, cuidado, porque el Padre Eterno lo ve todo.

En más de una ocasión se soltó D. Antonio con algunos latinajos aprendidos en sus tiempos de colegial en el Convento de San Andrés de Vega de Espinareda: “Brevis est vita et tempus fugit, amica Stephania, ergo carpe diem” , a la vez que repetía aquellos paradójicos decires que sobre los teneres escribiera el gran F. de Quevedo: “Quien tiene poco, tiene; y si
tiene dos pocos, tiene algo, y si tiene dos algos ,más es, y si tiene dos más, tiene mucho”

D. Antonio y Estefanía sabían muy bien que el dinero era muy
amigo de andar, de ir de casa en casa, de que lo manoseen, obedezcan, enemigo de que lo guarden, por lo que si uno no ha de ser un ermitaño, o quedarse en casa mirando la vida desde un buraco y rascándose los compañones, habrá de ser muy artero, porque los dineros se cuidan mucho de andar tras quienes no lo saben ganar y menos gastar .

D. José Moreda Benito, Cura de Dehesas, receló-en principio- de aquella mujer, a pesar de tan buena recomendación por la posible impostura de quien se decía viuda y tan necesitada.

En su mente se agolparon ,con inusitada rapidez , variados y
encontrados pensamientos, algunos de ellos hasta bien encontrados . Pero su rango y condición de hombre de Dios le decía que no sería bueno, propio de un pastor de almas, dejar de ser ejemplo a imitar en la Iglesia de Dios, pues hasta las alegorías de las virtudes que soportaban el espléndido retablo de L. Forment y N. de Brujas de la Iglesia Parroquial , habían de servir de ejemplo a todo cristiano y más al clérigo. Si para un cristiano no era válido “poner la Cruz en el pecho y al diablo en los hechos”,menos aún para un eclesiástico. Tampoco sería conducta cristiana responder a las urgencias de aquella viuda con los consabidos: “Que Dios le ampare hermana”, ni menos aún , con que “la encomendaría a Dios en sus oraciones” , ni siquiera ofrecer “el rezo de un responso por el eterno descanso de marido”, pues las verdades de la Fe no habían de ser ajenas a la vida diaria , del mismo modo que el amor que no es compartido, no es amor, porque cuanto sucede en el mundo ,en alguna manera, nos concierne.

Era más humano y cristiano entender que los amigos y recomendados de sus amigos, amigos suyos eran, si bien era más cierto que, llegando los tiempos de las apremiantes necesidades y otras urgencias, era más cierto que hay menos amigos de los que se piensa. Y todo ello, pensaba el Sr. Cura, porque las cosas de la vida y de la hacienda son ,amén de necesarias, complicadas e imprevisibles , y uno no debe aventurarse en ellas sin más ,por eso se dice que “sabe más el diablo por viejo y experiencia que por diablo” .

Recordaba el Sr. Cura que, en más de una ocasión, le oyó decir a su santa madre aquello de “la desconfianza y el caldo de gallina, hijo mío, jamás hicieron daño a nadie”, así como aquella otra máxima evangélica
“Sed cándidos como palomas, pero prudentes como serpientes”. 

Unas le iban y otras le venían al Cura, porque 100 reales eran 100 reales, mucho dinero. 

Pero también era claro, decía el Sr. Cura, que para Dios y el Alma lo que realmente aprovecha o daña son las intenciones con que hagamos nuestras obras. Las buenas obras, las que son valiosas para la vida eterna, requieren que estemos en Gracia y Amor de Dios, a la vez que hacerlas por Amor de Dios, que eso dicen los Mandamientos.

Cierto es, consideraba el Sr. Cura, que conviene rogar a Dios para que aumente nuestra buena fama, pues lo que las gentes afirman o creen de nosotros, puede beneficiarnos o perjudicarnos, si bien las hipocresías tienen sus límites. En cualquier caso, nunca podrá el hombre hallar a tan buen amigo como al Padre Eterno, que nos envió a su Hijo y hasta nos compró con su preciosa sangre en el Árbol de la Cruz.

Las consideraciones sobre la conveniencia de ponerse en el lugar del prójimo, de cuanto dicen las Bienaventuranzas, del Amor a Dios, así como verse en la desnudez- ya sin posibles tartufos- del Último y Terrífico Día, según el Dies illa... , persuadieron al Sr. Cura a retirar de la escarcela los 100 reales que la viuda solicitaba para sus urgencias. Josefa García, bien
aleccionada por D. Antonio, contó, sin prisa ni pausa, el dinero delante del Sr. Cura, porque unos dineros que en recibiéndose no se cuentan, es que no se piensa en devolverlos.

Pero la mentira, que siempre y en todas partes ha sido muy bien considerada, mostrose al poco corta de patas. Fue el día de las Confesiones, con motivo del Precepto Pascual, cuando el Sr. Cura de Dehesas, asistiendo en los menesteres pastorales y sacramentales a su amigo el Sr. Cura de San Esteban de Valdueza, descubrió ser víctima de tamaña suplantación y engaño, pues ni el Sr. Cura de San Esteban ni su ama de llaves habían tenido conocimiento ni arte en la estafa y engaño.

D. José Moreda Benito llegó a practicar distintas diligencias
extrajudiciales, así como otras indagaciones sobre el autor- redactor de la Carta y su conductora. Así averiguó que la viuda en realidad era Estefanía Núñez, vecina de Lombillo de los Barrios .

Por todo ello, otorgaba un poder notarial, tan cumplido y bastante como en Derecho es necesario, a Francisco Vallejo, vecino de la villa de Salas de dichos Barrios, para que en su nombre y representando su derecho y persona, compareciese ante la Justicia Ordinaria y, por apelación, ante los demás Señores Jueces Justicias y Tribunales que convengan contra
dicha Estefanía Núñez, para que declarase y jurase, si era cierta la narrativa del Sr. Cura de Dehesas, como lo era que en aquella ocasión dijo llamarse Josefa García, ser vecina de San Esteban de Valdueza y venir de parte del ama del Sr. Cura de aquel lugar. Que Estefanía reconociera y confesara haber recibido del Sr. Cura de Dehesas los dichos 100 reales.

Que la Carta era hechura de D. Antonio Rodríguez de Albares, vecino de
Lombillo, a quien Estefanía habría entregado los 100 reales.

 Una vez reconvenida Estefanía ante la Justicia, confesó haber recibido de mano del Sr. Cura los dichos 100 reales, así como que la Carta era obra de D. Antonio Rodríguez de Albares, vecino de Lombillo, a quien Estefanía había entregado los 100 reales.

Pensaba el Sr. Cura que no era justo tener que perder los 100 reales, así como que la suplantación y el engaño no deberían dejarse sin su justo y ejemplar castigo.

Por todo lo cual, pedía se la pusiera presa en la Cárcel de dichos Barrios, puesto que la prisión es un cierto morir por tener que separarse uno de sí mismo. Que se le embargasen sus bienes, se le satisficieran los 100 reales, así como las costas y salarios que se le habían ocasionado por su engaño y estafa. Que las consiguientes penas de cárcel y más le sirvieran de castigo y a otros de ejemplo .Que se comprobara la letra de la Carta de D. Antonio con sus firmas u otras letras y se actuara en consecuencia cuando conviniera.



En la villa de Ponferrada, a 10 de agosto del año de 1770.

Fuente Documental:

Archivo histórico Provincial de León

Sección de Protocolos Notariales

Caja,2332, fol.93/94

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Por Felipe Martínez Álvarez
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