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s2t2 -(13) El Sitio de Astorga

El Sitio de Astorga
LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LEÓN (13)
El cruel arranque del siglo XIX afectó sobremanera a la señorial capital maragata, una urbe empapada en la rancia solera que proporcionan los siglos. Huéspedes tan incómodos como Napoleón Bonaparte hollaron su solar, que se convertirá en pieza codiciada para los ejércitos galos en 1809
FirmaTexto: Javier Tomé y José María Muñiz

Hostilizada Astorga desde el mes de septiembre, el brigadier catalán José María de Santocildes fue nombrado gobernador de una plaza apenas defendida por un millar de soldados inexpertos y mal armados. Las muescas de la historia se hacían patentes en las prácticamente desmoronadas murallas, así que el general francés Carrier inició el 9 de octubre un ataque que presentaba todas las garantías del éxito. Al mando de 3.000 hombres reforzados por dos piezas de artillería se lanzó sobre los arrabales y, protegida por las casas de Recitivía, la tropa gala cercó la Puerta del Obispo, defendida por un conglomerado de paisanos, mujeres y la guarnición de Voluntarios de León que dirigía Félix Álvarez Acebedo. La lucha, que se prolongaría durante cuatro horas, adquirió tintes épicos:

En la Puerta del Obispo

es la lucha más reñida,

por ser el punto más débil

y el que en franquear

se obstinan;

pero a estorbarles el paso

la gente está decidida

y ni el peligro la espanta ni el morir la atemoriza. Una crónica de ira, venganza y sangre que se inclinó, sorprendentemente, del bando español, capaz de batir en toda regla y provocar la retirada del humillado Carrier. Uno de los caídos en tan memorable jornada fue el civil Santos Fernández, sustituido en la refriega por su padre, al grito de ¡Si mi hijo ha muerto, aquí estoy yo para vengarle! Tan grave resultó la afrenta para el honor galo, que cuando la naturaleza comenzaba a vestirse con los primeros colores de la primavera comenzó el sitio de Astorga, contundente hito histórico cuyo punto de partida se encuentra en la primera hora de la tarde del 21 de marzo de 1810. En ese momento se avistó desde la torre de la Catedral un fuerte contingente comandado por el general Clousel, uno de los oficiales más brillantes y experimentados del ejército bonapartista.

La casa del Cortijo

Los 2.000 jinetes llegados el primer día rodearon la ciudad por completo, reforzando el cerco con otros 4.000 efectivos de todas las armas que aparecieron en las siguientes jornadas. Los franceses establecieron su centro de operaciones en una casa denominada «del Cortijo», al tiempo que ocupaban los pueblos vecinos de San Justo y San Román. El día 23 se cruzó importante fuego de fusilería entre sitiadores y sitiados, con los enemigos realizando distintas incursiones por la zona de Rectivía. La jornada siguiente reservaba una grave sorpresa para Santocildes, pues en torno a Astorga apareció una red de trincheras perfectamente entrelazadas, dibujando un muro concéntrico en torno a la plaza. Para elevar la moral de los astorganos, el gobernador dispuso efectuar una salida hasta muy cerca de las trincheras enemigas, llevada a cabo por mil infantes y una docena de jinetes.

El día 26 de marzo resultaría uno de los más críticos del sitio, ante la orden del general Boyer de ocupar por sorpresa el arrabal de Rectivía. Una columna de granaderos se acercó a las defensas amparada en la oscuridad de la noche, efectuando una descarga a quemarropa que sorprendió a los nuestros. Acto seguido entraron a la carrera en la barriada, apoderándose a paso de carga de algunas viviendas. El Regimiento de Lugo, responsable de la defensa, se repuso pronto de la confusión, respondiendo con tiros y cargas de bayoneta en un combate que duró poco más de dos horas y se saldó con la retirada de los franceses, aún a costa de numerosas pérdidas entre los patriotas maragatos. Por la tarde repitieron la intentona, entonces sobre el puente de los Molinos, siendo nuevamente rechazados. En cambio, y ello supuso un gran éxito, lograron cortar el agua con que se surtía la ciudad. A lo largo de las siguientes jornadas se mantuvo el fuego por una y otra parte, mientras aumentaban las trincheras y campamentos donde se alojaron las tropas que en número creciente llegaban a reforzar el campo.

Fuente encalada Al amanecer del día 30 y según los estudios de Ángel Salcedo, Auditor de Brigada del Cuerpo Jurídico, los astorganos amanecieron con otra desagradable novedad. Sobre una loma, en el sitio llamado las Tejeras , a sesenta toesas de la muralla, los franceses lograron colocar dos cañones que, bien dirigidos, podían suponer el fin de la ciudad. Ante una amenaza de semejante calibre, y nunca mejor dicho, se decidió que una fuerza mandada por el coronel Félix Álvarez Acebedo cargase contra la posición. Así lo hizo al frente de trescientos hombres, hasta lograr que los franceses desalojaran la trinchera, dejando tras de sí armas, mochilas y herramientas de ingeniero. Durante las siguientes jornadas continuó la refriega, logrando los enemigos conquistar el convento de Santo Domingo. El 1 de abril también se perdió la Fuente Encalada, por lo que el surtido de agua sólo dependía ya de los pozos abiertos en la ciudad.

Por resultar imposible defender los enclaves exteriores, y haciendo uso de la doctrina del mal menor, Santocildes ordenó evacuar el convento de Santa Clara, incendiándolo antes para que no cayera en manos de los sitiadores. La muralla peligraba igualmente, por lo que todo el vecindario se dedicó a reforzar con sacos y espuertas de tierra el anillo pétreo, amenazado por el enemigo con productos inflamables. En esta tesitura, la población entera lanzó un enorme suspiro de alivio al conocer la nota, traída por tres soldados que entraron a la carrera desde el exterior, en la que el general Mahi prometía, de forma un tanto imprecisa, auxiliar a la ciudad con su poderoso ejército de 4.000 mil soldados. Santociles hizo que se leyera la carta en público, ante la natural alegría del vecindario.

Sin tiempo para disfrutar la noticia, los franceses asaltaron el arrabal de Puerta del Rey en una lucha trabada incluso con armas blancas, colocando una nueva batería frente a la ermita de Santa Colomba. También incursionaron por el arrabal de San Andrés, situando otro potente cañón en la llamada huerta del Rulo. Desde todos estos enclaves se disparaba al interior de la ciudad, que para el día 13 de abril ya se resentía de la carencia de alimentos, lo que provocó un bando de Santocildes en el que prescribía, bajo severísimas penas, la mayor economía en el consumo de víveres.

Falsas promesas El día 14 de abril lograba entrar en la asediada Astorga un confidente, portando un oficio del brigadier José Meneses, comandante general de la vanguardia del ejército de Galicia. En él se decía: Sr. Gobernador. Luego tendrá usted un socorro poderoso . Tales palabras sólo pretendían ser, en opinión del citado Ángel Salcedo, un intento de elevar el ánimo de la agobiada población, ya que el socorro prometido era imposible de todo punto. El regimiento de 3.000 o 4.000 hombres que se encontraba entonces en Villafranca, no podía enfrentarse de ningún modo con los casi 50.000 efectivos del 8º Cuerpo del ejército galo acampados frente a la capital maragata. Tampoco el ejército aliado de Wellington, situado en los alrededores de Ciudad Rodrigo, consentiría en desalojar la zona central de la península para prestar ayuda a los 2.000 españoles encerrados en Astorga.

La plaza estaba condenada a sucumbir, por más que Santocildes creyera en un primer momento en la promesa de Meneses. Al fin y al cabo, llevaba para entonces veinticuatro días cercado, desconociendo lo que había ocurrido en el exterior durante todo este tiempo. Aquel mismo día 14, el comandante en jefe Junot salió desde Valladolid, donde tenía establecido su cuartel general, con destino a Astorga, dispuesto a finalizar el cerco con una victoria decisiva. El propio Santocildes, en su diario, afirma que el día 17 se vio a un general con escolta de 60 caballerías que revistó toda la línea francesa y reconoció la plaza, creyendo que era el mismo Junot. Al anochecer, y siempre según Santocildes, se retiró a Castrillo de los Polvazares.

La llegada de tan alto mando aligeró los preparativos franceses, pues al siguiente día se había levantado una formidable batería de brecha con nueva piezas, sin que los astorganos pudieran responder en condiciones pues las municiones de cañón faltaban casi por completo. También amenazaba con derrumbarse parte de la muralla, debilitada por el impacto de los proyectiles y el traqueteo de los disparos que se realizaban desde lo alto. Para remediarlo, se construyó un nuevo terraplén con material extraído de la Huerta del Obispo. Y sobre la pendiente se colocaron cuatro cañones de diferente calibre, cargados con granadas, bombas y morteros de piedra.

El día 20 de abril, a las cinco en punto de la mañana, todas las baterías galas dispararon al unísono, provocando un cañoneo tan formidable que se oía desde la capital. Según testigos presenciales, muchos leoneses salieron a la pradera del Calvario para escuchar tan amedrentador sonido. La horrorosa cortina de plomo cayó hasta mediodía sobre la desamparada Astorga, en cuya muralla se abrió una brecha que fue tapada a marchas forzada con costales y barricas. La ciudad parecía condenada sin remedio, pero antes habría de protagonizar una página inmortal e inolvidable en la historia leonesa.